Una de las mejores, más increíbles historias nacidas en la Argentina es la del cadáver de Eva Perón. Este film narra algunas de las vicisitudes de ese cuerpo bendito y maldito; en rigor, cuatro (aunque una solo en prólogo y epílogo): el embalsamamiento a cargo de Pedro Ara; el traslado del cuerpo de la CGT a Inteligencia del Ejército en 1956; el secuestro y muerte de Aramburu y el entierro final bajo cemento a cargo de Massera en el 76. Pero lo hace con planos largos, con un conjunto de trucos y decorados más bien tratrales (por momentos recuerda al Solanas de La Nube o, antes, Sur), con creación de un clima enrarecido y onírico. El resultado es fallido porque el artificio -aún buscado- anestesia cualquier interés por los personajes. Esto solo cambia cuando aparece ese genio llamado Daniel Fanego como Pedro E. Aramburu, y descubre una verdad incontrastable para el cine, la historia y el “relato” argentino: no puede filmarse su secuestro y asesinato sin evitar que el espectador se ponga de su lado. Allí hay, definitivamente, una grieta insalvable.