En la boca del lobo
Con Eva no duerme, el director y guionista Pablo Agüero realiza una apuesta extrema. Si hay algo que no se le puede reprochar es su ambición, que va de la mano de una puesta en escena con rasgos muy característicos y distintivos. A partir de todos los avatares que rodearon el cadáver de Eva Perón, el realizador va a fondo y hace un análisis histórico que abarca tres décadas de los acontecimientos en el país, con momentos donde hay un discurso fuertemente definido y otros donde prima la ambigüedad.
Lo que se va delineando en Eva no duerme es un relato que prácticamente en su totalidad transcurre en espacios cerrados -y cuando no lo hace, la oscuridad restringe la chance de una escape hacia lo abierto-, con climas claustrofóbicos y asfixiantes, en los que cada plano está fríamente calculado en su composición -ver por ejemplo la escena de la lucha que se da en un camión, donde la cámara apenas se mueve y sin embargo se entienden perfectamente los movimientos de esos cuerpos en pugna-, y en el que las luces y sombras juegan un papel central, de la mano de escenas de archivo muy puntuales.
El problema -y al mismo tiempo la virtud- surge a partir de lo discursivo, de los lenguajes confrontando de una manera que por momentos escapa al control del director. Pero en ese particular descontrol, lo que se intuye es a un cineasta con un extremo cálculo en lo formal, porque los peligros, los abismos que le interesan están vinculados a lo temático, a un contenido donde la polémica es inevitable pero también saludable. La desmitificación a la que recurre la película permite desentrañar esas oscuras tramas que se tejen en los círculos de poder, en esas fauces que no temen devorarse todo, que ocultan y destruyen, que no temen utilizar a los individuos como meros peones. La forma que encuentra Agüero para enfrentarse a esa tenebrosidad es exponerla en sus mecanismos más ridículos, más increíbles, apelando incluso a lo grotesco como herramienta de deconstrucción.
De esta manera, Eva no duerme se va constituyendo en un objeto extraño, elusivo, que escapa a interpretaciones fáciles y que desde su potencia y riesgo es, paradójicamente, tan fallida como lograda. Las silenciosos pero violentas fuerzas en pugna alrededor de esos esquemas de enfrentamiento entre peronismo y antiperonismo son reveladas a través de la maquinaria cinematográfica y por ende, extrañamente humanizadas.