De eso sí se habla
Humor, música, búsqueda estética y buenas actuaciones en un film arriesgado, bien logrado y con personajes de carne y hueso.
Dos lindas chicas protagonizando un film sobre apropiación de bebés, con cuadros musicales incluidos y una pizca de humor negro podría haber sido un coctel fatal. Sin embargo, son justamente esos los condimentos que hacen de Eva y Lola una película inteligente, distinta, única.
Basada en la vida de Victoria Grigera (coguionista y con un pequeño papel en la película), Eva y Lola está lejos de correr por los caminos de lo previsible. Y es en el trazado de los personajes donde se nota la intención de Sabrina Farji de construir un universo posible con seres en los que el dolor y el humor conviven, al igual que las esperanzas y la melancolía.
Eva (Celeste Cid) es huérfana. Su vida es casi caótica: no trabaja, no está en pareja, extraña muchísimo a su madre que murió hace un tiempo, añora a su padre desaparecido y va por la vida con la emoción a flor de piel y sin freno. Lola (Emme) es su amiga. Juntas realizan shows de cabaret posmoderno con toques circenses. Son muy distintas. O no tanto. Lola es la hija apropiada por un represor –ahora internado y acorralado por la Justicia- y se debate entre enfrentarse a un examen de ADN que le restituya su identidad o preservar de un posible castigo a quienes la criaron.
En ese ir y venir de Lola es donde la película gana. Para ella esa pareja son sus padres. Esa es su realidad, ese es su mundo y le da pánico reconocer que toda su vida fue una cruel mentira. Emme supo cómo mostrar, con pequeños gestos, los distintos estados de su personaje.
Cid, por su parte, logró imprimir a Lola de la frescura y la sensibilidad necesaria para que no se convierta en el cliché de esas chicas un poquito snob y otro poquito comprometidas. La cámara parece amarla despiadadamente, aunque ella se muestre huidiza, ajena y hasta atemorizada por momentos.
Pero si bien las dos protagonistas logran con creces su cometido, Victoria Carreras -en el rol de Alma, la hermana adoptiva de Lola- es quien logra el mayor lucimiento, tocando las cuerdas necesarias para que se entienda el tránsito, la culpa y la soledad de su personaje. El rol de Alma es fundamental (tanto que su nombre podría, de hecho, haber sido incluido en el título). Es ella quien tiene la clave para que la verdad salga a la luz y, además, el coraje necesario para soportar el caos que eso podría significar para su entorno.
Todos los personajes de la película son humanos, contradictorios y hasta traidores en mayor o menor medida. Porque Farji no solo elegió no mostrar a ese matrimonio de apropiadores interpretado por Jorge D’Elía y Claudia Lapacó como dos monstruos de manual, sino que tampoco hizo de los demás personajes héroes lineales y sin recovecos.
Willy Lemos, en el rol del tío postizo de Eva y Alejandro Awada -Daniel, otro traidor que vive un inesperado y tierno encuentro con Alma- muestran una gran variedad de matices y vuelven a sus personajes seres algo oscuros pero también luminosos a su manera.
Los cuadros musicales, finalmente, son dos. A no asustarse. No es que de la nada las chicas comienzan a cantar, en el medio de una escena. No. Están estratégicamente colocados de manera que constituyen un aporte -estético y dramático- a la trama. Podría decirse, en realidad, que hay una especie de bonus track, una escena en la que el personaje de Juan Minujín – Lucas, un chico de barrio avasallado por Lola- dedica a su pretendiente una graciosa coreografía.
Eva y Lola no es un musical. Tampoco es una película revisionista ni aleccionadora. Mucho menos un intento de echar mano a un tema candente para asegurarse un éxito cargado de polémica. Es una película sobre seres humanos que transitan, como pueden, la vida que les tocó en suerte. Es ni más ni menos que la confirmación de que asumir riesgos puede ser el camino más honorable para lograr un buen producto artístico.