Quiere hacer el bien, pero le sale mal
Eva (Celeste Cid) es militante, a Lola (Emme) parece importarle poco la causa y Alma (Victoria Carreras), casualmente, está rota por dentro. No está mal que en una película que habla de la identidad, los nombres sean algo fundamental. Lo que está mal es que las cosas sean tan lineales y obvias, y algunos diálogos y situaciones parezcan sacados del peor cine de la década del 80: ese que tiraba verdades a 100 kilómetros por segundo. Eva y Lola, de Sabrina Farji, es un film tan políticamente correcto como cinematográfico inepto.
Apoyado por Abuelas de Plaza de Mayo y realizado en un momento clave de la pelea por la reivindicación de las causas relacionadas con los crímenes de lesa humanidad, Eva y Lola necesitaba una mayor depuración de su argumento como para convertirse en un serio referente de su tiempo. Este cine renuncia a varias cuestiones formales y cree que sólo el tema puede hacer interesante a una película. Más allá de las buenas intenciones, el arte precisa otros elementos que aquí brillan por su ausencia.
Eva sabe que su padre estuvo desaparecido y que su amiga, Lola, fue apropiada por un militar. Lo que cuenta el film es la lucha de una por convencer a la otra de que el pasado que le contaron, no es el real. No está mal la apuesta de Farji: le quita la ideología al asunto, lo despolitiza para evitar suspicacias, y lo que deja es la lucha de dos jóvenes por hacer que les reconozcan un deseo tan fundamental como el de saber quiénes fueron en el pasado.
Es más, hasta los personajes se salen del lugar común de este tipo de películas sobre el pasado reciente. Además de ese pasado que se comienza a esclarecer, ambas chicas son un presente donde la necesidad del amor se hace imperiosa. El tema es cómo construir un hoy si no hubo un ayer. El inconveniente es que la forma de construir ese hoy que muestra el film, casi sin ripios dramáticos y con una liviandad asombrosa, no se corresponde con la realidad a la que dice suscribir.
Si bien las actuaciones son desparejas (sólo Alejandro Awada y Juan Minujín aportan algo de talento y gracia), el mayor problema de Eva y Lola es un guión que se debate entre lo políticamente correcto y lo didáctico. Así, sus personajes son planos o previsibles, cuando no irritantes como la Eva de Cid. Y, para colmo de males, el empeño de Farji y su guionista Victoria Grigera en hablar de los desaparecidos es tal, que no hay momento donde el tema no se imponga a la narración.
Así, una agradable cena navideña se tiñe de la importancia del asunto central, como si esos personajes no pudieran escapar ni siquiera dos segundos, ni respirar sin acordarse de que antes que personas son símbolos del pasado. Con tanta simbología, el film termina por banalizar el asunto con un final en el que la cifra de hijos apropiados es tergiversada por vaya a saber uno qué decisión argumental. Queriendo hacer el bien, Eva y Lola comete varios males. Un film que impone el peso de su tema para disimular todas sus falencias, que son demasiadas como para dejarlas pasar en nombre del ciudadano bienpensante.