Aunque las pesadillas se maquillen de rosa, pesadillas van a seguir siendo, y cuanto más se maquillen, peor van a ser.
Sabrina Farji, co directora de Cielo Azul, Cielo Negro, y directora de Cuando Ella Saltó, le ha dado colores a la página más oscura de la historia argentina, y aún cuando sus intenciones sean honorables, este pastiche kitch y pop sobre dos jóvenes lidiando con los fantasmas de la última dictadura militar termina siendo un mamarracho cinematográfico y una confusa administración didáctica de información, acerca de los hijos de desaparecidos, nietos de Las Abuelas de Plaza de Mayo.
Trato de luchar con mi conciencia que me pide que no sea tan duro, pero es que si al menos, el propósito final de la película sea legítimo, novedoso e imprescindible lo podría tolerar. Pero no es así.
Las Abuelas de Plaza de Mayo auspician esta película que en la última escena, sin revelar detalles, parece banalizar su lucha de tres décadas en un diálogo paupérrimo y dramáticamente insulso y ausente de emoción, aun arriesgándose a caer en el sensibilísmo y lo cursi, esta solución hubiese sido más apropiada que la resultante.
El padre de Lola (Emme, en una interpretación pobre y forzada a comparación de la soberbia actuación en El Niño Pez), el Oso (Jorge D’Elia desaprovechado) se intenta suicidar. En los ‘70s fue un militar represor de la dictadura, y se sospecha que Lola es hija de desaparecidos. Ella prepara un show circense – erótico junto a Eva, su amiga (Celeste Cid, que no derrapa pero está en el borde), cuyo padre fue torturado y asesinado. Ella quiere convencer a Lola de que se haga un análisis de ADN para descubrir su verdadera identidad.
Ambas comparten otra incertidumbre que las deprime: la falta de un amor. Mientras que Lola trata de defender a su padre, Eva se enamora de Lucas (el paralelismo no es muy coherente), el chico que atiende el bar de la esquina. En el medio está la historia de Alma, la hija biológica de El Oso, quién tiene la carta de la supuesta “verdadera” madre de Lola, que prueba la culpabilidad de su padre. Ella también es una mujer solitaria, quien encontrará en Daniel (Awada, lo mejor del elenco junto con Willy Lemos) un alma gemela en quien refugiarse.
Historia coral, donde el drama histórico, se mezcla con la comedia romántica, por así decirlo, y algunos números musicales aislados, Eva y Lola propone ser un híbrido didáctico, con discurso obvio y directo, pero información errónea.
Porque a los graves y notorios errores cinematográficos, se le suman errores de datos (no hay 300 hijos de desaparecidos sino más de 500, y esto queda aclarado con un cartel en el final. Ahora bien, ¿por qué Farji si lo sabía no lo puso durante la película? Para decir que 100 años después de que terminó la dictadura se encontrarían todos. Es inaudito).
Y más allá de eso, el guión hace agua por todas partes. Las intenciones dramáticas no quedan claras. El humor es forzado, torpe. La estética no se justifica con el relato.
La fotografía de Marcelo Iaccarino, uno de los mejores directores de fotografía del país, no le aporta emoción a la historia. En cambio, parece como si Fito Paez, hubiese querido filmar una historia de desaparecidos… o peor aún, Diego Rafecas. Y estoy más que seguro, que ambos hubiesen hecho películas mejores.
No, esto no tiene remedio. No se salva ni la veterana Claudia Lapacó.
¿Una publicidad… un video clip… un especial de televisión abierta sobre los hijos de desaparecidos? Honestamente no puedo definir yo que quiso hacer Farji: si tomarse el tema en solfa, de forma más liviana… si dar esperanzas… No entiendo.
Lo único que queda claro, es que esto cine no es, y que en vez de ayudar a encontrar personas, las termina confudiendo.