Descenso fallido.
Everest (2015) cuenta la historia real de una expedición de 1996 en la que Rob Hall (Jason Clarke), director de Adventure Consultants, y Scott Fischer (Jake Gyllenhaal), de Mountain Madness, condujeron a un grupo de alpinistas a la cima del monte Everest, una proeza en la que debían escalar por encima de los 8000 metros y que muy pocas personas han logrado en la historia. El director Baltasar Kormákur se apega al más estricto realismo para ejecutar la puesta en escena del ascenso a la montaña con amplios planos aéreos y grandes planos generales donde construye la dificultad de estos grupos de alpinistas para trepar el monte: en esas escenas podemos observar la pequeñez del hombre versus la imponente e implacable naturaleza, y el espectador empieza a representarse una idea sacrificial de los escaladores ante semejante desafío.
Kormákur hace hincapié en construir relaciones fraternales entre los alpinistas como eje moral narrativo de la película. Si bien los personajes de Clarke y Gyllenhaal eran competidores, con distintos estilos para escalar, el director se preocupa en desarrollar la idea de que en la montaña hay una comunión, una especie de hermandad de los escaladores que está por encima de todo. Paralelamente el realizador cuenta la historia familiar de Rob Hall y de Beck Weathers (Josh Brolin) con sus esposas esperando en casa, Jan Arnold (Keira Knightley) y Peach Weathers (Robin Wright). El montaje paralelo con estas historias debilita la narración en la primera parte de la película, cortando el ímpetu de la trepidante aventura con la idea de humanizar a los personajes y despojarlos de heroicidad. El díptico de “mujer + hijos” y “mujer embarazada”, del otro lado del cine de aventuras, resultan dagas que demuelen el género.
Esta debilidad se profundiza en la segunda parte, en el descenso de la montaña. Kormákur ya no recurre a los planos generales como registro excluyente y filma en primer plano, contando el drama humano y mostrando el sufrimiento del cuerpo ante la fuerza bestial de la naturaleza. El director abandona casi todas las bondades del inicio de la excursión y comienza a dar rienda suelta a la más imposible de las cursilerías. Llanto, efectismo y golpes bajos (una mujer embarazada despidiendo por teléfono ¡dos veces! a su marido) toman la pantalla por asalto. Esta embriaguez de impostada ternura hace que Kormákur se olvide de resolver historias importantes en la narración, y lo más grave e imperdonable de todo; que abandone por completo las premisas básicas del cine de aventuras en pos de una reflexión moral sobre la responsabilidad de jugarse la vida en una hazaña deportiva: esto hace que un film que tenía todo dado para ser una gran película de cine de género, finalice como un telefilm al estilo Hallmark Channel con gente llorando abrazados y una semblanza de fotos patéticas e indignantes para conmover a algún desprevenido.