El peligro de medirse con la naturaleza
El 3D viene como anillo al dedo a una historia de supervivencia entre vientos huracanados y laderas que caen a pico. Y aunque el tema se prestaba para ello, el director islandés consigue relatarla reduciendo al mínimo los golpes bajos.
A lo largo de 1996, doce personas murieron tratando de escalar el Monte Everest. La cifra fue record hasta el año pasado, en que la cantidad de bajas anuales se elevó a dieciséis. Eso no es nada: en abril de este año, los muertos fueron dieciocho. Hasta que sobrevenga un nuevo record y los editores del Guinness tengan que salir corriendo otra vez a actualizar sus datos. En lugar de preguntarse cuánto de deporte tiene una práctica con semejante nivel de mortalidad y por cuánto tiempo más se seguirá esponsoreando esta clase de suicidios en masa, en Hollywood llegaron a la conclusión de que pocas cosas podían ser más emocionantes que ascender a la montaña más alta del mundo y encontrarse allí con que no sólo falta el oxígeno, sino que la temperatura es de unos 50º bajo cero y los vientos de tal magnitud, que podrían arrancar de un solo soplido al Increíble Hulk, en caso de que éste haya decidido dedicarse al escalamiento. El resultado de ese razonamiento es Everest, rendición cinematográfica de la tragedia que tuvo lugar en mayo de 1996.La cuestión de fondo es la de siempre en esta clase de historias: el coraje de medirse con la naturaleza en versión triple X. Y la plata para hacerlo, también, teniendo en cuenta que el guía cobra 65 mil dólares por barba. El guía (el australiano Jason Clarke, conocido por sus protagónicos de La noche más oscura y El planeta de los simios: confrontación) arrastra, como corresponde también, cierto pasado traumático, que no le impide comportarse como líder firme y sensato. Está casado con una mujer escaladora, embarazada para la ocasión, que cuando el desastre se desate será capaz de entenderlo (Keira Knightley). A su grupo se suman un hombre que se está separando de su esposa (Josh Brolin y una morocha Robin Wright) y uno con problemas de alcoholismo (John Hawkes). Completan la plana Jake Gyllenhaal como rival histórico del protagonista, Emily Watson en el papel de encargada de la estación de control y el también australiano Sam Worthington como rescatista al que llaman cuando lo único que queda por hacer es consolar por handy a los que están muriendo congelados allá arriba.“Llamen a uno que se banque estas temperaturas”, parece haber sido el criterio de los productores, y dieron en el clavo. En el que es su trabajo más sólido desde que está en Hollywood, el islandés Baltasar Kormákur (conocido por su comedia 101 Reikiavik, donde Victoria Abril tenía un affaire muy hot con la mamá del protagonista) se muestra capaz de capear vientos huracanados, laderas que caen a pico, un 3D como anillo al dedo y chivos de la marca de ropa The North Face, que en 1996 todavía no existía. Personajes casi no hay, y en un punto, para lo tipificados que suelen ser los de esta clase de películas, es mejor. A Kormákur debe agradecérsele que aunque la cosa se prestaba, los golpes bajos están reducidos al mínimo, mientras que el drama de sobrevivencia contra los elementos está narrado como para poner los pelos de punta. A quien sea capaz de empatizar con un grupo de señores que meten la cabeza en la boca del lobo porque no tienen nada mejor que hacer, claro está. Y porque cuentan con los 65 mil dólares que sale el caprichito de matarse a 8800 metros de altura, en pleno Himalaya.