Alta cumbre
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Everest narra la expedición de varios escaladores que intentan llegar a la cima de la famosa montaña en medio de una tormenta fatal.
A la mayoría de las personas les resulta difícil comprender la psicología de quienes practican deportes extremos o de los que quieren marcar algún récord. Sólo los que alguna vez lo hicieron son capaces de entender hazañas como las de Rob Hall, famoso por haber llegado varias veces a la cumbre del Everest.
Everest, la película dirigida por Baltasar Kormákur que lleva el nombre del gigante de más de ocho mil metros de altura, ubicado en el Himalaya, se encarga de contar la última expedición suicida encabezada por este célebre montañista el 10 de mayo de 1996.
Detrás de toda aventura riesgosa está el negocio, y así es que Hall (Jason Clarke) es ahora (a mediados de la década de 1990) el director de Consultores de aventuras, agencia especializada en montañismo. Pero la empresa de Hall no es la única que está en el negocio. En la vereda de enfrente está la competencia, Locuras de montañas, liderada por Scott Fischer, otro alpinista, interpretado por Jake Gyllenhaal, quien, a pesar de estar deslucido, se impone con su carisma.
Pero esta vez el clima de la montaña es sumamente traicionero y nadie sabe si podrán subir; mucho menos si podrán bajar sanos y salvos. Los excursionistas lo viven como un desafío personal y ni la falta de oxígeno los detiene. Para ellos, más que una cuestión de altitud es una cuestión de actitud, y no van a bajar los brazos hasta plantar bandera en esa alta cumbre.
Hay un momento clave para entender lo que lleva a estos personajes a semejante odisea: antes de emprender el camino más empinado, el periodista y alpinista Jon Krakauer (Michael Kelly) les pregunta a sus compañeros por qué lo hacen. Las distintas respuestas no dejan satisfecho a Krakauer, ni al espectador. Hasta que en otra escena, Beck Weathers (Josh Brolin), otro de los integrantes, se sincera y da una respuesta indirecta a la pregunta de Krakauer: reconoce sufrir una terrible depresión, y escalar la montaña es lo único que lo hace sentir bien.
Uno de los problemas principales de Everest es que su director elige un realismo natural, potenciado por el 3D, con elementos inverosímiles que producen interferencia en la trama. Por ejemplo, ¿cómo puede ser que con semejante tormenta los teléfonos sigan funcionando a la perfección? Es este detalle el que entrega la situación más irrisoria: en el exacto centro de la tormenta, moribundo y congelado, Hall se comunica por radio con su mujer (Keira Knightley) para decirle que la ama. El patetismo de la escena escala bien alto y hace que la película descienda al nivel del mar.
Sin embargo, el filme logra atrapar a fuerza de un suspenso vertiginoso y desesperante, que ayuda a que los momentos más álgidos se transmitan al público con éxito.