Infierno en la montaña
Everest es, como Gravity, un film donde el vértigo inunda la mente del espectador. Basada en una de las mayores tragedias en la historia del alpinismo, ocurrida en 1996, la película explora efectivamente tanto la fascinación del hombre por entornos (nuevamente, como Gravity) que no fueron hechos para él, como la cultura de veinte años atrás, cuando las expediciones a sitios inaccesibles eran un boom comercial. Pero a diferencia del film de Alfonso Cuarón, este no es el drama de una o dos personas sino de muchas, y eso explica lo mejor y lo peor del trabajo del islandés Baltasar Kormákur. En principio, la clara definición de roles funciona como estímulo para el suspenso. Kormákur es como un escenógrafo que pinta el vértigo con camaritas de 3D. La lucha contra la naturaleza, a esa altura, es tan desigual que uno se pregunta quién será el primero en encontrar el destino fatal. ¿Será Rob Hall (Jason Clark), el simpático líder de la expedición? ¿Beck Weathers (Josh Brolin), el millonario texano? ¿O Scott Fischer (Jake Gyllenhaal), el fan de los deportes extremos? Sólo el velo melodramático que se tiende sobre los personajes y sus relaciones conspira contra un irrefrenable y angustiante desenlace.