Sufrimiento en lo más alto
Basado en un hecho real, tiene momentos que acercan cierta emoción.
¿Por qué los productores de una película deciden colocar el cartelito Basada en una historia real? Las razones difieren. A veces, lo que sucederá luego en la pantalla es tan increíble, que creen reforzar el sentimiento de credulidad del espectador avisándole que sí, avalancha más, avalancha menos, un escalador muerto o congelado más, lo que pasó en 1996 fue cierto.
Y de las películas que transcurren en las montañas, allí en lo alto, donde parece que nada podrá salvar a los protagonistas, con alto peligro de fatalidad, entre Riesgo total, con Stallone, y ¡Viven!, Everest se acerca más a la segunda.
Y no sólo porque ambas estén basadas en una historia real.
Promediando la proyección, cuando los expertos escaladores de altas cumbres y los novatos, amateurs, ya no la pasan tan bien en su intento de llegar a la cumbre del Everest, por mayo de 1996, uno todavía se pregunta ¿para qué decidieron subir hasta allí, pasando tantas penurias?
Luego, cuando el drama parece irremediable y se desencadena, la respuesta que antes podía encontrarse, ya no tiene lugar.
Everest no es un filme del género catástrofe. Es un mix entre el drama -basado en una historia real- y el de aventuras. Para sentir empatía con los personajes, el director Baltasar Kormákur (101 Reykjavik, o Invierno caliente) se preocupó porque los conociéramos en la escala previa a la subida. El neozelandés Rob Hall (el australiano Jason Clarke, de La noche más oscura) comanda un grupete ya adiestrado, deja a su mujer embarazada (Keira Knightley), y con lo suyos, tras la paga de varios billetes verdes, entrena amateurs para escalar el Everest. No es el único. Scott Fischer (Jake Gyllenhaal) tiene un método distinto de escalar. Pero, llegado el caso, y ante una terrible tormenta de nieve, deberán congeniar esfuerzos.
Por si los efectos especiales no fueran suficiente atracción, la producción puso rostros conocidos y -cotizados- para encarnar a los personajes verdaderos. Y allí están Josh Brolin, Robin Wright, Emily Watson -todos nominados a un Oscar-, más Sam Worthington (que esta semana también estrena El gran secuestro de Mr. Heineken), ellos con barba, ellas, no, pero con el sufrimiento recorriendo cada centímetro de sus facciones.
Como drama, Everest, es largo. Y como filme de aventuras, le falta espectacularidad. No llega a ser un híbrido, porque tiene momentos que acercan cierta emoción, y antes del final es ciertamente movilizante.