Sátira disfuncional
El reencuentro entre dos viejos amigos está lejos de ser ideal: afectados por pequeños resquemores y viejas deudas, Marcos y Martín se mueven bajo una luz siempre irónica.
François Truffaut confió alguna vez su método para no repetirse: filmar cada película en contra de la anterior. A la luz de su carrera hasta la fecha, parecería que Ezequiel Acuña (Buenos Aires, 1976) comparte ese secreto. Sin parecer del todo convencido, el monosilábico protagonista de Nadar solo (2003) emprendía un viaje en busca del hermano mayor, y en el camino era asistido por su mejor, tal vez único amigo. Frente a ese lánguido solipsismo en blanco y negro, Como un avión estrellado (2005) daba la impresión de ser un mundo entero abriéndose de golpe, en todas direcciones. Presentada, fuera de competencia, en el Bafici 2009, Excursiones plantea un nuevo regreso y una nueva ruptura. Regreso de Acuña a uno de sus cortos iniciales, ruptura del tono entre tristón y abrumado de los largos anteriores. El resultado es una sátira disfuncional, tan poco previsible desde la obra previa del realizador como infrecuente para el cine argentino.
Marcos (Matías Castelli) y Martín (Alberto Rojas Apel, coguionista de todas las películas de Acuña) eran los protagonistas de Rocío (2000), uno de los primeros cortos de Acuña. Diez años más tarde, como quien sale de un largo ostracismo, Marcos llama a su amigo para que lo ayude. En aquella época Marcos quería ser actor. Terminó trabajando en una fábrica de golosinas. Ahora, como acaban de despedirlo, se acordó de su vocación. No suena muy convincente, pero dice tener la posibilidad de presentar un unipersonal en un local. Martín, que escribe guiones para la tele, podría darle una mano. O no: no es tan seguro que ninguno de los dos sea dueño de alguna capacidad artística. Además ambos tuvieron sus razones para dejar de verse y esas razones aflorarán en cada encuentro, bajo la forma de una serie interminable de resquemores mínimos, de hipersensibilidades y zancadillas mutuas.
Regreso también de Acuña tras un exilio autoimpuesto –luego del fracaso de público de Como un avión estrellado–, Excursiones pudo haberse llamado Exclusiones. No sólo porque hay un tercero eliminado (Lucas, cuya muerte en un accidente apuró la disolución grupal), sino porque Marcos parece sentirse todo el tiempo en esa condición frente a Martín. A éste, por su parte, nunca se lo ve muy copado con el reencuentro. Siguiendo el canon más clásico de la comedia, a ambos los rodea una pequeña constelación de secundarios, todos vistos bajo una luz irónica. Están, por un lado, los hermanos menores de Marcos y Martín (Martina Juncadella, como estudiante de teatro convencida de que Molière es la obra más famosa de Shakespeare, e Ignacio Rogers, como rocker en-pose-de-Birabent) y, por otro, dos improbables gurúes artísticos: un actor-bailarín, Martín Piroyansky, y un director de teatro cuya fama parecería provenir de su autorreclusión, Santiago Pedrero.
Corrosiones pudo haber sido otro título para Excursiones, teniendo en cuenta no sólo la mirada que la película echa sobre toda esta galaxia más bien trucha, sino también el modo en que el recelo mutuo erosiona la relación entre Marcos y Martín. Como ciertos matrimonios, este gordo y este flaco viven pasándose facturitas impagas. Un matrimonio, sí: hay que ver los nervios que le entran a Marcos cuando su amigo se pone a jugar con el avioncito del bailarín-aeromodelista. Producida por Matanza Cine (compañía que dirigen Pablo Trapero y su mujer, Martina Gusman) y extraordinariamente fotografiada, en súper-16 blanco y negro, por Fernando Lockett (ver Otra vuelta, Música nocturna, El hombre robado), el opus 3 de Acuña opone, al hermetismo de los protagonistas de las películas previas, un edificio dramático casi enteramente hecho de diálogos.
Lo que importa allí es lo no dicho o lo dicho a medias. Las interrupciones y los destiempos. Coautores de la película, Rojas Apel y Castelli abordan esa esgrima verbal con la clase de timing y la soltura que sólo los que “se tienen” de memoria pueden lograr. Antes que como alguna clase de combate dialéctico, los diálogos de Excursiones funcionan como ballet sonoro, como música hipnótica. Teniendo en cuenta el oído musical de Acuña, no es raro que sea así. Tras “descubrir” a los Jaime sin Tierra en Nadar solo, y a Mi pequeña muerte en Como un avión estrellado, el realizador hace ahora lo propio con el grupo uruguayo La Foca. Pero no sólo de diálogos está hecha Excursiones (¿o Extorsiones?). En los intersticios que la balbuceante verborragia de Marcos y Martín deja libres, Acuña, Lockett y La Foca se ponen a patinar con la magnética Martina Juncadella, en escenas que aportan otra clase de música: abstracta, extática, puramente visual.