Compañeros, siempre fuimos compañeros...
Con Excursiones, tercer opus de Ezequiel Acuña (Nadar solo, Como un avión estrellado) el realizador pasa de la adolescencia a la madurez con la que es sin lugar a dudas su obra más sólida. Si en los dos primeros trabajos su propuesta se caracterizaba por crear atmósferas sugestivas en las que siempre se destacaba el aporte musical, sumado a la calidad para construir diálogos que hacen de la banalidad una fiesta, aquí no sólo el director confirma que su talento sigue intacto sino que se supera planteándole al mismo elenco (todos ellos excelentes, por cierto) de sus anteriores proyectos una trama que entra en constante interrelación con sus antecesoras; propone un universo cargado de humor, sensibilidad y profundidad.
El de Acuña es un cine vital, personal y necesario. Esa vitalidad paradójicamente se respira en cada plano de este relato sólido cuando el trasfondo de la historia es la muerte de un personaje que provoca entre dos amigos un distanciamiento por diez años. También es un lindo pretexto para un buen reencuentro y de ahí parte esta historia, en la que la rivalidad, la nostalgia por una infancia que ya pasó, la lealtad y la camaradería ocupan el núcleo temático.
Sin embargo, hay otra muerte simbólica: la adolescencia o el tránsito a la adultez. Quizá en ese tono blanco y negro melancólico con el que se tiñe cada imagen la idea se resignifique.
Cabe aclarar a nuestros estimados lectores que el ultralimitado estreno que confina a esta gran película argentina a una sala en el Malba seguramente le quite la cantidad de espectadores que merece. No obstante, es justo agradecer a este complejo cultural la chance de poder descubrirla, aunque requiera del público una predisposición particular ante tanta oferta en la cartelera.