El documental del director de “Hoy y mañana” se centra en una larga jornada nocturna de composición y grabación de la canción que le da título al filme, en 1994. Acompañado por su excelente banda de entonces, vemos a García dar rienda suelta a su talento musical y a su descontrolada personalidad sin que lo segundo, en apariencia, afecte lo primero. Un registro desprolijo pero íntimo del proceso compositivo de uno de los grandes del rock nacional.
EXISTIR SIN VOS: UNA NOCHE CON CHARLY GARCIA es, en términos estrictos, eso mismo que menciona la segunda parte de su título: el testimonio filmado de una larga noche que se extendió hasta la mañana siguiente en la que Charly y su banda de 1994 fueron gestando una canción, él le puso la letra y la grabaron. Pero narrar lo que sucede en ella no sería hacerle del todo justicia al material, básicamente porque es una muestra única de la manera de trabajar –al menos en esa etapa– de Charly García y la del músico con su banda. Es un detrás de escena compositivo al que no es muy usual acceder públicamente: el lado íntimo de la gestación de una canción.
Pero el filme, rodado de manera muy casual, con una cámara que registra los hechos pero de manera desprolija, sin ningún tipo de planificación documental clásica (es un registro más que otra cosa y eso en algún punto la hace más honesta, menos estudiada) sirve también para acercarse a los modos de García y su banda de entonces. La canción en sí, “Existir sin vos”, tal vez no sea ninguna pieza de colección del músico: es una de las tantas zapadas funky que García supo hacer hasta el hartazgo en esas épocas y, tengo entendido, no aparece en ninguno de sus discos. Por lo que aquí lo importante es el registro del modo de trabajo más que el tema en sí.
Tras un inicio que lo muestra viajando en auto, García llega a la casa-estudio ubicada en Córdoba y Fitz Roy y allí comienzan a zapar con María Gabriela Epumer en guitarra, Fernando Samalea en batería, el mítico Alejandro Molina en bajo y el Zorrito Von Quintiero en teclados. La canción va tomando forma: García pasa de balbucear palabras sueltas en inglés a dictar un texto a una mujer que lo anota en un cuaderno y luego irán grabando versiones y partes de la canción.
En el medio, claro, nos topamos con el García febril de esa época, en medio de una de sus etapas descontroladas (la que va desde antes de la edición de “La hija de la lágrima” a su internación psiquiátrica en 1994), lo que implica que en el medio se tirará desnudo a la pileta, luego se meterá en la bañera y actuará de esa manera tan clásicamente suya, especialmente entonces. Lo fascinante de la forma de crear de Charly es su capacidad para estar, a la vez, en cualquiera y concentrado en la canción en cuestión. Un caos creativo que tal vez no sea recomendable para nadie –en un momento los cables y el micrófono se acercan demasiado a la pileta cuando Charly, aparentemente, quiere cantar desde el agua– pero que el hombre podía manejar sin morir en el intento.
El registro de Chomski (quien aparece por momentos en cámara) y la edición de Alejandra Almirón se detienen bastante en Epumer, que falleció nueve años después, y que pasa buena parte de los tiempos de espera de la canción leyendo tirada en un sillón un libro de Shirley MacLaine. Los demás aportan su ya reconocida solidez musical para armar un tema casi de la nada en apenas unas horas. Y del Charly de entonces –bah, del de siempre, pero especialmente el Say No More de esos años– no hay mucho ya que agregar: un creador inigualable que domina todos los secretos de la composición musical y cuyo único “rival” era su personalidad autodestructiva. Aún así, la magia se hacía presente en esas largas madrugadas. Y en el cierre, cuando interpreta un clásico de The Beatles (“There’s a Place”, cuya letra es más que evidente en sus implicancias), es más que evidente que no hay nada de lo musical que le sea ajeno.