El costado humano
Riddley Scott, un director aclamado por sus historias de ciencia ficción como “Blade Runner” y “Alien: el octavo pasajero“, regresa a la Tierra en esta interpretación libre de la clásica historia del antiguo testamento. Volviendo a orígenes como los que vio al dirigir “Gladiador“, Scott elige a Chistian Bale para interpretar a Moisés, y a Joel Edgerton para su antagonista, Ramses.
Aunque la historia es clásica, no hace falta conocerla para comprender el filme. Scott narra sobre dos primos criados como hermanos, dos príncipes de Egipto. Todo es gloria hasta que a Moisés le revelan el secreto de su identidad: nació en el pueblo hebreo. Esto le vale la expulsión de Egipto al desierto. El director se ha tomado unas ciertas libertades en cuanto a la letra dura de la Biblia, y probablemente la más fuerte de ellas sea representar físicamente a Dios.
Probablemente todos recordemos la prueba de fe del olivo en llamas, cuando Dios habla con Moisés por primera vez. Pero aquí el olivo no está sólo, y Moisés ve a un niño pequeño y humilde que habla con la voz de Dios. También sabemos que ningún otro puede ver a ese niño. No me molestó particularmente la representación, pero sí resulta chocante. ¿Lo tomarán bien grupos religiosos judíos y católicos? Uno sabe qué riesgos corre cuando se mete en temas religiosos.
Por otro lado, la interpretación de Bale nos muestra a un Moisés con un costado humano: duda, se enfada, se equivoca, e incluso contradice a Dios. Es un hombre contradictorio, puede ser un guerrero pero aún flaquea, ser un hombre de fe pero dudar. Sin embargo, no tiene un completo éxito en transmitir la transformación espiritual de este personaje, sino que la mayor parte del tiempo vemos a un hombre muy confundido.
El Ramses de Joel Edgerton tiene más éxito en transmitirnos las contradicciones internas. Un personaje con la soberbia propia de alguien que fue criado como un dios, pero con las inseguridades de alguien que se desespera por mantener el poder. Puede ser despiadado, pero es dulce y amoroso con su esposa y su hijo. Empatizamos con él como no lo hacemos con Bale. Probablemente el director quiso despegar a estos del antagonismo del héroe y el villano, pero no lo logran.
Encontramos actores importantes en papeles menores como John Turturro, Sigourney Weaver, y Aaron Paul; pero lamentablemente no tienen ni tiempo en pantalla ni una cantidad digna de líneas de diálogo. Una pena, podrían haber construido personajes fuertes que aportaran muchísimos a la trama, pero quedan en sólo poner su rostro más que sus interpretaciones. Incluso Indira Varma tiene un papel más importante que estos tres, eso es inusual.
Sin embargo, tenemos que hacer mención a la excelencia de los efectos visuales. Las diez plagas de Egipto aparecen de una forma menos mística de lo que se relata en la Biblia, pero aún así impactante y digna de unos buenos escalofríos. Pero es en este punto que se vuelva más marcada la división entre héroe y villano, un bueno y un malo. Adiós contradicciones internas de cada uno. El abrir de las aguas comienza de una forma sutil pero acaba en el gran efecto de la película, haciendo de ese episodio un gran espectáculo.
Esta obra no es lo mejor de Riddley Scott, no llega al nivel que logró con Gladiador o Blade Runner. Pero él también es un hombre de contrastes, que ha hecho películas dignas de recordar y otras que mejor olvidar. Se toma muchas libertades respecto a la historia clásica, los personajes no están cerrados del todo y eso resiente el guión. Los efectos son excelentes pero no alcanzan por sí solos para hacer de esta una gran película.
Agustina Tajtelbaum