La pregunta que uno se hace cuando ve películas como EXODO: DIOSES Y REYES es… ¿para qué? Pueden ser mejores o peores, estar realizadas con mayor o menor pericia técnica y talento actoral, pero la pregunta persiste: ¿Tiene sentido volver a contar otra vez la misma historia para ver de qué manera diferente se filman las mismas cosas? No estamos ante una versión radical ni extremadamente revisionista –solo un fundamentalista del Viejo Testamento puede verlo así–, sino simplemente se vuelve a contar la liberación del pueblo judío de la esclavitud en Egipto, de la relación entre los medio hermanos Ramsés y Moisés, las conocidas plagas, el Mar Rojo y todo lo que ya saben los que alguna vez escucharon una de las más básicas y conocidas historias de la Biblia.
En ese sentido, NOE, de Darren Aronofsky, al menos se presentaba como una rareza desde algunas elecciones estéticas. La película de Ridley Scott no lo hace, prefiere ser fiel a la trama conocida con una primera mitad de casi pura exposición del conflicto dramático y una segunda a puro lanzamiento de rana, tormenta y salto de lagarto ensangrentado. La primera parte es claramente la más floja ya que no logra involucrarnos del todo dramáticamente en las intrigas y conflictos palaciegos y en la segunda, el veterano realizador inglés saca a la luz toda su pericia técnica y logra generar suspenso hasta en una situación que conocemos al dedillo.
exodus-gods-and-kings-df-01354_rgbDicho esto, el ángulo más interesante que se me ocurre analizar de la historia tiene que ver con la relación entre el personaje de Moisés y Dios, o el enviado de Dios, que toma la figura de un niño bastante duro y severo –el Dios enojado del Viejo Testamento, impiadoso y violento–, que no tiene reparos en masacrar a miles de egipcios (incluyendo, claro, los célebres primogénitos) para liberar al pueblo judío de los siglos de esclavitud. El ángulo se completa con un Moisés que, en la piel de Bale, se lo ve torturado, no solo por cambiar de filiación religiosa de golpe sino por tener encima que subirse al carro del héroe (trata de no serlo hasta que le es imposible evitarlo) y por algunos de los actos que el calmadamente furioso Baby God comete contra su ex familia y pueblo. Sí, chiste fácil, Moisés es un rusito con culpa…
De hecho, es más rica y curiosa la relación entre ellos dos que la que hay entre Moisés y Ramsés (Joel Edgerton, siempre un tono más arriba de lo necesario), que parece más cercana a la del filme de animación PRINCIPE DE EGIPTO que a un drama/thriller adulto. Con muchos actores casi desaprovechados (John Turturro, Ben Kingsley, Aaron Paul y Sigourney Weaver, entre otros), el filme avanza lenta y metódicamente hacia el imperio del CGI de la segunda mitad. Y si ese es el objetivo de todo el filme –plantear una versión más espectacular pero a la vez más realista y plausible de las plagas– hay que decir que Scott lo ha logrado: algunas imágenes y escenas son realmente espectaculares, especialmente en el continuo ataque de las conocidas plagas. Lo que no logra es recuperar esa magia casi infantil de películas como LOS DIEZ MANDAMIENTOS de Cecil B. de Mille, que lo que perdían en perfección lo ganaban en ilusión, en juego.
christian_bale_in_exodusBale luce, como siempre, severo y preocupado desde que arranca la película hasta cuando, cerca del final, uno imagina le tocará poner en la tabla de los Diez Mandamientos cosas como “no harás más películas de Batman” o “Why So Serious?” Su aparición en este tipo de superproducciones épicas parece asegurarnos que el asunto en el que participa siempre será grave, severo y oscuro y no habrá casi momentos ligeros, más allá de algunos atisbos telenovelescos que aparecen en la relación con su mujer. Bale parece funcionar cuando tiene el peso del mundo sobre sus hombros. Y eso es lo que tenía Moisés que, a falta de Alfred, se tuvo que consieguir a un niño irritado que no necesitaba de gadgets para poner el mundo patas para arriba. En EXODO lo hacía, literalmente, en un abrir y cerrar de ojos.
“Poderoso el chiquitín”, como decía la publicidad…