Parte de la religión
Ridley Scott se anima a otra película de sangre, sandalias arenas, con el relato bíblico. Protagoniza Christian Bale, el último Batman.
Hay que tener coraje para meterse con Moisés, las plagas de Egipto, Ramsés, el cruce de las aguas y los Diez mandamientos. Ridley Scott lo tiene, y hasta para hacer poner los pelos de punta a más de un líder religioso, del credo que sea, mostrando a Dios como un niño engreído y vengativo.
El director de Blade Runner tiene debilidad por las historias épicas, sean en un futuro más o menos lejano y en el espacio exterior (Alien, Prometeo, o The Martian, que está rodando ahora con Matt Damon) y por las películas con sandalias y arena (la ganadora del Oscar Gladiador). Y aquí Scott se muestra a sus anchas, con esas batallas cuerpo a cuerpo que tanto le gusta filmar (de nuevo, Gladiador, más Robin Hood) y hasta hacer su propia interpretación del relato bíblico. Vean por qué las aguas del Nilo se tiñeron de rojo, su color favorito.
No es Exodo una versión Siglo XXI de Los diez mandamientos, de Cecil B. De Mille. Scott puede -y quiere, y le sale- ser grandilocuente, pero en su afán por mostrar más, se olvida un poco de sus personajes. Algunos terminan recitando, y a otros directamente los deja perdidos entre las pirámides y desaprovechados (Sigourney Weaver como la madre de Ramsés).
Para quienes no saben que Moisés fue el elegido de Dios, en la famosa escena del arbusto quemado en el desierto le va dictando -según Scott- todo lo que debe hacer. Y si no lo hace, se encargará de que paguen por la esclavitud de los hebreos.
Es una película símil mamut, en la cual visualmente no hay objeciones -la reconstrucción de las ciudades, las pirámides, el desierto, los efectos visuales con la apertura de las aguas-, pero lo que le quedó en la cabeza, en la mesa del guión (y hubo cuatro coguionistas, Scott no escribe guiones) o en la edición fue más carnadura a sus personajes.
Christian Bale ejercitó su cuerpo, y recita. John Turturro no está cómodo como el faraón que prefiere que Moisés y no su hijo Ramsés (un acobardado Joel Edgerton) dirija en el futuro a su pueblo, y hasta el australiano Aaron Paul, de Breaking Bad, como Joshua, pasa desapercibido.
Ya dijimos que esto no es Los diez mandamientos, ni lo quiere ser. DeMille había optado por la voz en off de Dios, y Scott lo muestra como un niño casi caprichoso. Y Yul Brynner como Ramsés inspiraba de todo, desde temor hasta cierta compasión.
Scott pudo terminar su relato tras la epopeya de 600.000 esclavos en el cruce de las aguas, pero su película tiene como tres finales posibles más. No siempre más es mejor, algo que Darren Aronofsky olvidó en Noé, otro estreno bíblico de este año. Masacres, cadáveres de niños, aves de rapiña mordisqueando por ahí, como una mezcla de cine bíblico y catástrofe.
Cada uno relata la historia como quiere, y en 3D, para que lo grande sea más grande.