La distopía alemana producida por Roland Emmerich
Tim Fehlbaum (Hell) dirige esta epopeya postapocalíptica con puntos de contacto con “Niños del hombre” y “Waterworld”.
Éxodo: La última marea (The Colony/Tides, 2021) es una fría y oscura visión futurista acerca de la humanidad que se suma a varias propuestas similares. Sin embargo, es la atmósfera cruda, basada en un realismo desgarrador, su mayor acierto para generar la tensión de un relato falto de emociones.
Una nave cae literalmente en el desvastado planeta Tierra. Los tripulantes son humanos que huyeron en el pasado al planeta Kepler 209 sin saber que su atmósfera esterilizaba a las mujeres. Ahora regresan en la misión Ulises 2 buscando la manera de reproducir a la especie. Allí encuentran a una colonia de supervivientes que vive en condiciones infrahumanas bajo el asedio de Gibson (Iain Glen). La única tripulante con vida, Blake (Nora Arnezeder), debe lidiar con ellos y recuperar la posibilidad de la subsistencia.
La necesidad de la reproducción de la especie ya estaba en el film de Alfonso Cuarón, del mismo modo que el mundo inundado y los sobrevivientes en precarias embarcaciones era el motivo de la película con Kevin Costner. De todos modos, esta producción europea no cuenta con el clima de aventuras ni con la acción de aquellas producciones norteamericanas. Éxodo: La última marea recrea los espacios bajo la niebla, con extensos planos cubiertos por la bruma de las orillas, desde donde se vislumbran los personajes y las embarcaciones. Esta imposibilidad de visualizar el horizonte es el eje de la distopía.
Tim Fehlbaum es todo un experto en este tipo de relatos de ciencia ficción, y aquí expone su visión lúgubre de la humanidad, en donde sigue reinando la explotación de unos sobre otros como sistema social. Hay algún indicio implícito al nazismo y su afán por construir la raza superior, que termina simplificando el argumento en la eterna lucha de los buenos contra los villanos.
Lo mejor entonces de Éxodo: La última marea -o “marea” a secas, como su título original- es el diseño de escenarios y la fotografía para plasmar ese futuro desolador. La paleta de colores fríos y el diseño sonoro abrupto sumergen al espectador junto a la heroína en ese contexto rústico. Pero el mayor problema del film es la falta de corazón, la carencia de emociones que movilicen al público a empatizar con lo narrado. La austeridad gobierna el relato y deja un sabor desabrido que no se condice con la búsqueda de esperanza propuesta por el relato.