Fertilidad utópica
Con producción de Roland Emmerich, “Éxodo: la última marea” narra la colonización futurista en un planeta Tierra devastado.
Quien busque una alternativa al presente en la promesa futurista de Éxodo: la última marea no lo conseguirá: “Cambio climático. Pandemia. Guerra”, son las catástrofes que sintetiza un cartel introductorio.
El estado de cosas va más allá: una “élite superviviente” se exilia en el planeta Kepler 209 cuando la devastación diezma la vida terráquea, y dos generaciones después una tripulación ensaya el retorno a la patria planetaria bajo el Proyecto Ulises, que fracasa.
Serán los viajeros Blake (Nora Arnezeder) y Tucker (Sope Dirisu) los que retomen la misión con el Ulises 2, que los lleva a aterrizar en unas costas y un mar inhóspitos.
La amplitud fotográfica y la concisión narrativa suponen una constante en el filme del suizo Tim Fehlbaum, quien trabaja de nuevo con el apocalíptico Roland Emmerich en el rol de productor tras Hell (2011).
“Ejecuta el biómetro”, “obtengo un patrón de humedad alta”, “altamente reproductivo”, son los lacónicos intercambios de walkie-talkie entre los exploradores recién llegados a un paisaje majestuoso.
Las muestras orgánicas que recaba Blake de los seres acuáticos que encuentra y sus reacciones científicas deslizan la problemática de Éxodo, la necesidad de volver a suscitar la fertilidad que el exilio en el espacio había mermado. Blake será la casi exclusiva protagonista de esa cruzada, una Lara Croft inmersa en una deriva de acción en un mundo que pide ser redescubierto.
La inversión civilizatoria es lo más interesante del planteo de Éxodo, que sitúa a la Tierra como un planeta extraño que ha dejado atrás toda identidad global y geológica, reducida a hostiles vientos y mareas, y a hordas tribales que batallan por la permanencia; de allí que la película equipare a Cristóbal Colón y la Apolo XI como íconos de una vieja tradición colonizadora.
"Éxodo: la última marea".
"Éxodo: la última marea".
La reproducción genética, incluso eugenésica –representada por las mujeres y los niños–, es la controvertida moneda que divide a los bandos asimétricos de la historia, que reescriben el enfrentamiento entre civilización y barbarie entre persecuciones, salvatajes, traiciones y revelaciones de último minuto.
Éxodo se disfruta al mismo tiempo en su faz de Duna discreta y reducida, ajena a los desplantes efectistas de las superproducciones del género, acaso por su bajo presupuesto y su origen europeo.
Pero también es cierto que la película hace pie en una ciencia ficción agónica de recursos en peligro de extinción. Fehlbaum le extrae una chispa a ese imaginario sin garantizar que su porvenir sea sustentable.