Perdónalos porque no saben lo que hacen
Se considera de mala educación traer a colación a El exorcista (The Exorcist, 1973) cuando hay que criticar a una película que trata sobre exorcismo. Es como enojarse con una película romántica por no ser Casablanca (1942). Y si algo nos ha enseñado El exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005) es que no hace falta plagiar a El exorcista para contar una buena historia sobre exorcismo. Pero muy de vez en cuando se transgrede más allá del “hurto sensible” que recomienda Martin Scorsese y directamente se convierte en una falsificación. Es el caso de Exorcismo en el Vaticano (The Vatican Tapes, 2015).
Una posible crítica, breve pero no por ello menos exhaustiva, podría ser: “Es una burda imitación de El exorcista”. Cuenta la historia de una chica que comienza a actuar raro, padece todo tipo de siniestros e infortunios, entra y sale de hospitales mientras los médicos se frustran intentando entender qué le pasa, y finalmente concluye con un ritual de exorcismo conducido por dos curas, uno de los cuales es viejo y sueco y tiene un rollo personal con el demonio.
Donde no se ha plagiado a El exorcista, se ha rellenado con extractos de La profecía (The Omen, 1976). Los animalitos violentos, los suicidios espontáneos y la cháchara sobre el Anticristo son prueba de ello. La película no tiene nada nuevo para decir sobre el tema, y el tema es tratado de la forma más mundana posible. No da miedo porque no engaña al espectador por un solo segundo. Films como La noche del demonio: Capítulo 3 (Insidious: Chapter 3, 2015) se esmeran en utilizar el encuadre y el montaje para tender trampas y causar sustos. Exorcismo en el Vaticano no piensa nada dos veces: carga de frente y todo se ve venir de bien lejos.
El director es Mark Neveldine. Hizo Crank (2006), en la que Jason Statham tiene que producir adrenalina periódicamente para contrarrestar los efectos de un veneno letal, y Crank – Alto Voltaje (Crank: High Voltage, 2009), en la que Statham tiene que electrocutarse periódicamente para mantener latiendo su corazón artificial. También hizo Ghost Rider: Espíritu de Venganza (Ghost Rider: Spirit of Vengeance, 2011), en la que la cabeza de Nicolas Cage se prende fuego. Ése es el nivel de sutileza para el que Neveldine está adecuado: Nicolas Cage prendido fuego. No para el terror psicológico.
La película está hecha con los recursos de un director de acción. Se nota. Hay cualquier cantidad de movimientos de cámara que no sirven ningún propósito excepto saciar una compulsión de adrenalina que se siente totalmente fuera de lugar. Todo ha sido filmado con una intensidad tan grosera – el movimiento frenético de la cámara, la lente angular que deforma la imagen, los primeros planos cerradísimos sobre los poros faciales de los actores – que no hay chance de dejarse llevar por el temor. Es una película de acción con gritos en lugar de disparos.
Ya de por sí la historia no es muy inteligente, pero hay una diferencia entre ser idiota y tratar al público de idiota. Esta es una película en la que, cada vez que la cámara corta al Vaticano, hay un subtítulo que indica “El Vaticano”, por si alguien olvidó el título. El insulto más gracioso es una escena en que la chica poseída intenta ahogar un bebé en una tina de hospital. No es suficiente con ver a la chica sumergiendo al bebé en el agua, la cámara nos tiene que mostrar el cartelito que dice “Peligro de ahogarse”. Por si a alguien le quedaba la duda.
Y así sería muy fácil (pero nunca insincero) continuar lacerando a esta pobre cosa con forma de película, y discriminar entre los actores que sobreactúan y los que han sido mal puestos, y cuestionar la lógica de los personajes que les tocan interpretar, en una historia que no obedece ninguna lógica. Lo cierto es que no basta con decir “Es una burda imitación de El exorcista”, porque eso implicaría cierta ambición.