De exorcismos y exploits.
En otros textos de este sitio ya hemos disparado contra el horror filo-ATP destinado a los niños robot que ven las de terror con mamá y papá; aquellos que ya no llegan al horror por picardía sino porque son target del mercado actual que busca carne cada vez más fresca para sus propuestas abarcadoras y conservadoras. Exorcismo en el Vaticano forma parte de esa nueva industria de explotación preteen que vomita ideas gastadas sin un mínimo de pasión y con planos burocráticos de telefilm. Estas cintas del Vaticano son, ni más ni menos, una exploit de El Exorcista (1973) cuarenta años después, pero ya sin tetas ni libertad. En la última década, las películas de posesiones y exorcismos se afianzaron como subgénero dentro de la industria del terror, generalmente, con propuestas menores como la que nos atañe, pero lejos en el tiempo quedaron las bizarreadas de aquella ola exploitation de la obra maestra de Friedkin.
Tan solo un año después del éxito de El Exorcista, salieron una gran cantidad de plagios que querían raspar unos mangos de aquel fenómeno. Una de las exploits más deformes por propuesta y apuesta debe haber sido Abby, una blaxploitation dirigida por William Girdler, quien debido a un juicio de la gigante Warner contra la American International no vio un peso a pesar de que la película recaudó veinte veces más de lo que costó; director que además murió joven pocos años después en un set de filmación en Filipinas. Abby se puede tornar pesada pero la presencia de William Marshall -el recordado Drácula negro- como cura, y un clímax que se da en un bar medio cabarulo con bola disco y luces rojas, hacen que valga la pena al menos una visión con amigos y sin demasiada rigurosidad.
Los que estaban siempre agazapados como hienas esperando un éxito internacional para mandarse un cover rápido y punkrock, eran los tanos. Hay dos exploits que seguramente conocerá la cinefilia deforme: El Anticristo de Alberto De Martino, y La Poseída, de Mario Gariazzo. La primera es muy superior a la mayoría de las exploits del 74: se destaca, paradójicamente, por su originalidad, y por el trabajo en la composición y belleza de muchos de sus planos (sobre todo en la primera hora). El Anticristo es un delirio que mezcla lo esotérico, las vidas pasadas, y algunos pasajes surrealistas con los típicos elementos de los plagios de El Exorcista de ese año prolífico para el choreo: la chica protagonista, el dramón familiar, el sexo, y, por supuesto, el vómito.
Otra rareza de aquel año, sobre todo extraña por su origen más que por su puesta en escena, fue la alemana Magdalena, Vom Teufel Besessen, un híbrido entre el rip-off y el sexploitation: hay lesbianismo, muebles que vuelan a lo Poltergeist y el cuerpazo desnudo de Dagmar Hedrich en muchísimos planos. Hacemos este breve y algo perezoso repaso utilizando a Exorcismo en el Vaticano como excusa, porque aunque la película de Mark Neveldine no se asuma como exploit (se toma demasiado en serio y es por demás conservadora) muestra la hilacha desde el principio con unos recortes de diario en los que aparecen Juan Pablo II y el Papa Francisco, en una intro bizarra que proponía algo más demencial que la película burocrática y poco lúdica que terminamos viendo.