¿Y dónde está el exorcista?
Vivimos en una época de pocas certezas. No sabemos si mañana va a llover o no, si va a subir el dólar, si nos vamos a poder ir de vacaciones y demás… pero una cosa es segura: mientras haya adolescentes en el mundo va a haber una dupla de productor y director dispuestos a generar un promedio de 90 minutos de película que incluyan drogas blandas, fiesta, sexo premarital, sangre, muertes evitables y muchas malas decisiones. Un poco de todo esto nos entrega Exorcismo (Exeter, 2015), lo nuevo de Marcus Nispel, responsable de las cuestionables remakes La Masacre de Texas (2003) y Viernes 13 (2009).
En este caso Nispel intenta contar una historia original, con todas las acepciones posibles que la palabra permita, y nos presenta a Patrick, un joven que colabora con una iglesia limpiando un antiguo instituto psiquiátrico cerrado desde hace décadas, donde trataban de forma poco ética a jóvenes con problemas. Como el canon de las “scary movies” sugiere, el protagonista cederá a la presión de sus amigos y armará una fiesta en dicho instituto. Y si elegir un lugar tan tenebroso no fuese lo suficientemente desafiante, los chicos deciden jugar con espíritus, exorcismos y todo un compendio de tropos del género embutidos en la historia por los guionistas. A causa de esto, un espíritu demoníaco comienza a poseer a los jóvenes, matándolos uno por uno.
Es inevitable percibir ínfulas de Diabólico (The Evil Dead, 1981), La Noche del Demonio (Insidious, 2010) y -por supuesto- El Exorcista (The Exorcist, 1973), algo que no nos sorprende. Lo que si llama la atención es que a pesar de contar con todas estas obras previas como referencia obligatoria, Nispel no logra entregar una historia mínimamente original ni interesante. El foco cambia constantemente: de a ratos nos da un film sobrenatural, a cuentagotas se aproxima a la posesión demoníaca, intenta ser incluso autoparodia por momentos, pero nunca encuentra un tono medianamente aceptable.
Desde lo estrictamente audiovisual, el montaje nunca ayuda a conformar satisfactoriamente el espacio de acción, nunca sabemos con exactitud dónde están los personajes ni las dimensiones reales del lugar en el que se encuentran. El trabajo de cámara tampoco aporta mucho a la causa y la edición no logra dar una cohesión dinámica a la sucesión de planos. Algo bastante alarmante al tratarse de un director que lleva un tiempo considerable en la industria.
Todas las cuestiones técnicas podrían ser perdonadas si tuviésemos por lo menos una lógica interna coherente, pero hasta el espectador más permisivo tendrá problemas para dejar pasar una sucesión interminable de gafes que nos hacen desear que el mismísimo Diablo nos posea o haga algo que nos permita olvidar todo esto lo más rápido posible.