Una película de terror que es de terror
Los porcentajes de sangre y mutilaciones habían caído bastante en las acciones de las películas de terror en los últimos años. Y cuando uno ve Exorcismo entiende la razón de esa caída del índice de hemoglobina en la rentabilidad del género. Simplemente no funciona o sólo funciona en algunos productos de clase C elevados a íconos contraculturales.
Exorcismo pretende fusionar el terror sangriento con el sobrenatural, algo así como un cóctel entre El exorcista y La Masacre de Texas (Marcus Nispel dirigió la remake, con Jessica Biel, en 2003), con el añadido obvio de protagonistas juveniles. No lo logra en absoluto. Lo único rescatable es la escenografía del interior del manicomio donde transcurre casi toda la acción.
La búsqueda de una inmediata empatía generacional vuelve burdo el proyecto de Nispel, un director que ya traspasó los 50 años y que se revela incapaz de meterse en la mentalidad de los jóvenes millennials, salvo que suponga que esa mentalidad se reduce a manipular artefactos electrónicos y todo tipo de estupefacientes.
El guion, que parece escrito para un cortometraje, fue alargado a la fuerza, con situaciones que se repiten con leves variantes, y sobre la base del ya perimido esquema de suspenso de ir matando uno por uno a los personajes, aunque de formas tan poco imaginativas que uno llega a sentir nostalgia por las hermosas torturas de la saga El juego del miedo.