Blanco fácil
Tras una introducción con una charla telefónica accidentada e inexplicable que anuncia que algo malo sin duda ocurrirá, se nos prepara para lo que será Expediente Santiso: esencialmente, una mala película llena de pésimas decisiones, con un guión que nunca parece decidirse qué tipo de película pretende hacer. Más allá de esto, que luego se termina confirmando en los más diversos sentidos hasta su disparatado final -con pelea de superpoderes incluida-, ocurre que las intenciones que subyacen y la necesidad de contar historias de otra forma en el cine nacional no deja de dar cierta simpatía, algo que difícilmente suceda con otras producciones fallidas como Los dioses del agua, a la que se cargaba de una solemnidad kitsch. Y esto no ocurre porque Expediente Santiso tiene las intenciones de incluir elementos fantásticos con un tono lúdico que se diluye pero que, al fin y al cabo, no deja de ser reconocible.
El relato tiene a un renombrado periodista, Salvador Santiso (interpretado por Carlos Belloso), volviéndose loco luego de perder a su hija en un incidente en Basora. Tras estar internado por siete años en un hospital psiquiátrico, debe recomponer su matrimonio y su carrera, intentando olvidar el incidente. Sin embargo, las conexiones que había establecido con personajes oscuros del nazismo y experimentos genéticos, lo llevan a sospechar que lo ocurrido con su hija está conectado y no está en verdad muerta. Esto es lo que le lleva a cuestionar su sanidad y el foco de conflicto que sobrevuela toda la película, esa línea entre la cordura y la locura. La cuestión suena bien, incluso se puede destacar su audacia, pero llevado a la pantalla es por momentos de una pobreza alarmante. El intenso drama sobre la ausencia no congenia jamás con la búsqueda detectivesca del protagonista y la brusquedad con la cual se resuelven todas las incógnitas en el desenlace demuestra falencias para cerrar la historia, que ya de por sí en su final ofrece una secuencia absurda de combate súper humano que se encuentra (como el asunto del “vril”) completamente fuera del registro. En cierto sentido el problema radica en la estructura que sostiene a la narración y los personajes: no hay una historia que nos prepare en ningún momento para todo lo que sucede en el desenlace, y esto lleva a diálogos forzados, inverosímiles, como el del personaje interpretado por Leonora Balcarce en un auto, recibiendo todas las revelaciones del film por teléfono (y luego, a través de su madre).
Al confuso relato deberíamos sumarle las decisiones formales sobre las cuales se construye el film. Entre un tono que recuerda a un videoclip noventoso, insertado toscamente con desplazamientos y zooms alienantes destinados a impactar visualmente, no hay por momentos perspectiva del punto de vista ni parece existir algún tipo de idea para un recurso visual anacrónico que desvirtúa completamente los segmentos más dramáticos, que se llevan a cabo con una estética televisiva de puesta en escena clásica. Las interpretaciones actorales hacen lo que pueden con un guión que ya de por sí esta colmado de problemas: Belloso se mueve entre la sobreactuación y reacciones inexplicables (en particular hacia el final, cuando apenas se sorprende del disparate que está ocurriendo), mientras que Balcarce se mantiene moderada entre los tumbos de la película. El resto del elenco conserva un tono por momentos paródico que no en todos los segmentos ayuda a movilizar la narración.
¿Rescatar algo? Hay una secuencia onírica llena de elementos simbólicos y respuestas sobre las incógnitas de la película que tiene una estética de videoclip, pero que se sostiene con coherencia y una elegancia que debería haber sido el tono general del film en su conjunto, más allá de algunos efectos especiales que no fluyen de la mejor forma con la imagen. Por lo demás, hay muy poco que Expediente Santiso pueda ofrecer, salvo las intenciones.