Llega a los cines, Expediente Santiso, ambiciosa ópera prima de Brian Maya, que se toma demasiado en serio un guión muy bizarro.
Talismanes perdidos en medio oriente, sectas neonazis clandestinas que hacen experimentos genéticos, un personaje paranoico, gente con superpoderes. La combinación de todos estos tópicos podría brindar un espectacular thriller fantástico clase B de los años ´80 producida por Canon Films o Roger Corman.
Expediente Santiso es todo esto y más. Es un viaje hacia el pasado, a un cine argentino que mezcla ciencia ficción con pretencioso drama conspirativo, efectos pobremente realizados e interpretaciones poco verosímiles. Por supuesto, que nada de culpa tienen los actores cuando las escenas son completamente absurdas, los diálogos carecen de cualquier tipo de credibilidad y el tono que los realizadores proponen es, increíblemente, serio y oscuro.
Salvador Santiso es un periodista encargado de cubrir descubrimientos arqueológicos a un museo en Medio Oriente, en medio de la guerra. Por alguna razón decide llevar con él a su pequeña hija. Cuando Santiso comienza a visualizar una conspiración que involucra creyentes del nazismo con piezas arqueológicas egipcias, su hija desaparece y el edificio es bombardeado. A partir de entonces, enloquece y lo internan en un hospital psiquiátrico. Pasan varios años y a la salida del instituto intenta reincorporarse a la sociedad, volviendo a su vida normal junto a su mujer e intentando regresar al periodismo con la creación de un blog esotérico. Pero Santiso sigue convencido que su hija sigue viva en algún lugar.
Entre sustos paranormales y sueños propios de un film explotation, Expediente Santiso, podría convertirse en un producto de culto y divertido sino adoptara un tono tan solemne y dramático, que transmite la sensación que el debutante Brian Maya –que también interpreta a un guerrero nazi con el aspecto físico de Lisbeth Salander- quiere dejar un mensaje o comenzar una especie de saga.
No ayudan demasiado las interpretaciones, aún cuando Carlos Belloso –un gran actor- se pone la película sobre los hombros, intentando hacer creíble a este personaje que sufre paranoia y esquizofrenia.
Pero los problemas de Santiso no terminan en las pretensiones y ambiciones que sobrepasan los resultados y el presupuesto, sino que continúan en serios problemas, más técnicos de la puesta en escena, como falta de raccord –continuidad- entre planos, transiciones temporales absurdas que muestran planos “turísticos” de Buenos Aires, cuando la ciudad carece completamente de protagonismo y demasiadas incongruencias narrativas.