Una rara concepción del tiempo narrativo e histórico parece animar tal vez de una manera no del todo deliberada a Extrañas apariciones 2, una película bastante más ambiciosa de lo que permiten suponer su título y su afiche promocional.
Pero es justamente esa ambición desmedida lo que termina derrumbando el delicado castillo de suspenso que el director Tom Elkins había tratado de levantar desde las primeras imágenes.
Al principio todo indica que se trata de un relato convencional: una joven familia que se muda a una vieja casa en el medio del bosque, a la cual poco después se suma la hermana de la mujer. La niña, la madre y la tía tienen la capacidad de percibir fantasmas, aunque la dueña de casa no lo considera un don sino una enfermedad.
No quiere que su hijita sufra como ella ha sufrido durante toda su vida, un sufrimiento que trata de atenuar a base de pastillas y voluntad. Ese conflicto interior es el núcleo dramático de la película. Y en este punto adquiere un papel predominante la historia y la geografía de los Estados Unidos: el lugar donde ahora vive la familia queda en Georgia, uno de los principales Estados esclavistas del sur.
La vieja casa y el bosque fueron el escenario de hechos atroces durante la Guerra de Secesión, a mediados del siglo XIX. Tan atroces que todavía hay almas en pena de esclavos por todas partes. Estos espectros claman por una especie de doble libertad, la que no gozaron en vida y la que tampoco consiguieron luego de morir de maneras espantosas. Necesitan ser escuchados por las mujeres de esa familia, le guste o no a la madre de la niña.
Lo mejor de Extrañas apariciones 2, sin embargo, no es esta reivindicación retrospectiva –que amplifica en términos sobrenaturales lo que Doce años de esclavitud expone en términos realistas- sino el largo paréntesis de suspenso casi puro durante el cual se desarrolla el tema de lo que significa percibir fantasmas para una niña y para una madre.
Lamentablemente el mensaje de corrección política se impuso al misterio, que también tiene su lógica pero no quiere quedar bien con nada que no sea su propia oscuridad.