Músicos y detectives
Película nacional que marca el salto del director Alejandro Montiel del cine independiente a una producción pensada para el gran público luego de sus anteriores trabajos: Chapadmalal y Las hermanas L.
El escenario de un consorcio donde ocurren situaciones extrañas fue llevado al cine en varias oportunidades y con diferentes tratamientos: desde Horizontal/Vertical y la reciente Penumbra, en el ámbito local hasta La comunidad y REC.
En Extraños en la noche, el cineasta escoge el camino de la comedia salpicada con momentos de intriga y de sospechas que recaen sobre los personajes. La trama gira en torno a Martín (Diego Torres en su regreso al cine luego de El juego de Arcibel) y Sol (Julieta Zylberberg, la actriz de La mirada invisible), una pareja de músicos que atraviesa una crisis económica. Ambos ocupan un gran departamento pero se ven obligados a tocar y cantar en fiestas de hotel para subsistir. A este panorama de cambios se suman extraños ruidos y la sospecha de que alguien fue asesinado en el piso de arriba.
Con este marco que se mueve entre la humorada, el policial y el suspenso, el relato va acumulando personajes como el portero, el político (Ludovico Di Santo), la tierna anciana de la puerta de al lado y una seductora vecina. Todos están en la mira, y otros, fuera de peligro: los padres de ella (Daniel Ravinovich y Betiana Blum) y un extravagante productor musical (Fabián Vena) que los puede sacar del pozo.
La película se apoya en la química generada entre los protagonistas (que no siempre funciona) devenidos en torpes detectives y en la confirmación de sus miedos más profundos. El film es ameno, tiene una sólida factura técnica y aunque el desenlace (resuelto a través de flashbacks) es quizás previsible, el resultado es favorable.
Con la mira puesta en tacones (acá cercanos), cabarets y apariencias engañosas para el espectador, Extraños en la noche acierta en la elección de su atmósfera entre ingenua y tenebrosa. Y hasta se permite un tema de Diego Torres.