Todas las personas que viven en departamentos suelen conocer a pie juntillas los ruidos habituales de los demás vecinos. Pero, ¿qué hacer cuando esos ruidos se salen de lo común? ¿Puede haber ocurrido algún crimen? Eso es lo que piensa Sol (Julieta Zylberberg) cuando una noche de tormenta se oye lo que parece ser un disparo en el departamento de arriba del suyo, donde vive Emilio (Ludovico Di Santo).
Sol vive en pareja con Martín (Diego Torres, plato fuerte del elenco, aunque se nota en su performance que hace tiempo que no actúa). Ambos son músicos, con poco dinero, y viven de tocar en eventos, aunque ansían mucho más de sus respectivas carreras. Él se considera un renacentista nacido fuera de época, y ella, una cantante de rock que dejó pasar su oportunidad de triunfar. Descontentos con sus vidas, resultan involuntarios “testigos” de este misterio, al que Sol se aboca con mucha más convicción que Martín, mientras atraviesan una crisis en su propia pareja.
Desarrollada en un ambiente casi teatral, esta suerte de comedia negra dirigida por Alejandro Montiel, pasa, sin mucha media tinta, de escenas de suspenso, a otras en las que se dirimen las cuestiones personales de la pareja protagonista, con discusiones de palabras huecas, y mini video-clip de Torres en medio.
El resultado tiene mucho más de comedia que de negro, simpática, pero sin muchas pretensiones a nivel argumental. Una suerte de Ventana indiscreta (la película de Hitchcock), mezclada con comedia romántica, en un edificio al mejor estilo Aquí no hay quien viva, con un ascensor que no funciona, y portero con copias de las llaves de todos los departamentos incluido. La forma en la que se resuelve sobre todo la parte del “misterio” deja bastante que desear, ya que consiste en una explicación de dos minutos armada en base a flash-backs, como para cerrar la película y listo.
Capítulo aparte son las brevísimas escenas en las que aparecen los padres de Martín (el Luthier Daniel Rabinovich, y Betiana Blum). Estos dos expertos en comicidad tienen muy pocas líneas, pero valen la pena. Otra presencia destacable es la del exitoso productor musical Freddy (Fabián Vena), amigo desde la época del conservatorio de Sol y Martín, pero que se dedicó a la producción cuando se dio cuenta de que “no tenía talento” para ser músico (algún mensaje oculto allí, tal vez?).
En cuanto a lo estético, los productores eligieron filmar la película en las partes más parisinas de Buenos Aires, con lo que, si bien muy lindo para ver, se borró un poco la identidad más cosmopolita de la ciudad (ni siquiera se ven nuestros taxis amarillo y negro, ni colectivos o subtes: estos empobrecidos músicos viajan únicamente en remis). Prolijamente filmada, la película tiene un aire “for export”, que no le va a venir mal desde el punto de vista de lo comercial, aunque lo haga un poco más inverosímil para el espectador local que preste atención a esos detalles.
En el global, la frescura que trasmite la película la convierte en un producto agradable para la audiencia sin muchas expectativas. Quien quiera hilar más fino (y no me refiero a mucho, sino al que pida un poco más de solvencia argumentativa), seguramente no saldrá tan contento de la sala. Eso sí, a todos se les va a pegar la canción estrella de Diego Torres que acompaña la película. En la ficción, hasta el remisero sabe la letra.