Pocas veces uno llega al cine con bajas expectativas con respecto a lo que va a ver, y se va satisfecho. Honestamente no creía mucho en esta historia, de la que sabía poco a decir verdad, y sin embargo salí encantada. A través de la historia de un padre e hijo en la ficción, Emilio Estevez (que actúa y dirige), y su papá real, Martin Sheen, logran trasmitir una experiencia tan única como cada uno que la recorre: el camino de Santiago, desde los Pirineos franceses hasta la iglesia del Apostol Santiago, en la ciudad gallega (sí, queda en Galicia) de Santiago de Compostela. Tom Avery (Sheen) es el típico padre que exige a su hijo Daniel (Estevez, cada día más parecido a su papá) un determinado tipo de vida, ese que Daniel no quiere seguir. Él quiere dejar los trajes y conocer el mundo, así emprende esta peregrinación a pie. Sin embargo el destino le juega una mala pasada y muere apenas comenzada la travesía. Su padre Tom, viudo, vuela entonces a buscar el cadaver de su hijo, cuya decisión sigue sin compartir y mucho menos comprender. Sin embargo, algo sucede al revisar las pertenencias de Daniel, y decide continuar la peregrinación que su hijo dejó a medias. El camino relata, a través de Tom y otros personajes que se van agregando a lo largo de esos 800 kilómetros, la profundidad de la búsqueda personal, sin solemnidades. Por momentos tierna, en otros simpática, y sobrecogedora, la película trasnmite la belleza de los lugares visitados, la calidez de sus habitantes, y ese respeto implícito hacia todo "peregrino". Tom marcha, casi sin saber por qué marcha, para acompañar a su hijo y terminar eso que dejó pendiente. Sin embargo descubrirá mucho más sobre ese vínculo perdido, hasta fortalacerlo, aún sin su hijo presente. Un film cálido, que oprime el pecho en todo momento, pero sin recurrir a los golpes bajos. Bien actuado y dirigido, una interesante propuesta que, seguramente dejará a más de uno con ganas de emprender una travesía similar.
Tras visitar París y Barcelona, Woody Allen marchó rumbo a Roma para filmar esta película, en lo que algunos denominan su "etapa turística". Se trata de una comedia de enredos, con muchas historias paralelas, un elenco lleno de actores conocidos, como es habitual en Allen, y la escenografía natural de una ciudad hermosa. Parcialmente hablada en inglés, el resto en italiano, los temas de las historias varían: la fidelidad, el amor, la fama injustificada y efímera, la angustia por la pérdida de un "lugar" en la vida, la muerte. En particular el personaje que interpreta el propio Woody Allen, un músico jubilado, transmite mucho de los miedos habituales en sus caracterizaciones, especialmente el miedo a las enfermedades. Pero también nos expone uno de los que podrían ser los miedos actuales del director: el temor a la inactividad, a dejar de hacer lo que siempre hizo. El análisis que hace su esposa psiquiatra en la ficción es que equipara el retiro a la muerte, y bien podría ser la razón tras la prolífica producción de Allen en este último tiempo. Algo que puede desconcertar al espectador, es que si bien las historias están narradas en paralelo, no todas tienen la misma duración temporal. La historia de Penélope Cruz, una prostituta que se equivoca de cliente, por ejemplo, transcurre en un día, mientras que la de Allen, potencial suegro de un italiano defensor de los trabajadores cuyo padre es funebrero - nada más y nada menos - implica mucho más tiempo. Otras de las historias son la de Jesse Eisemberg, estudiante de arquitectura que se ve envuelto en una situación complicada con la mejor amiga de su novia, y la de Roberto Benigni, un ignoto empleado clase media, que de la noche a la mañana se hace famoso. De todas, ésta es quizás la historia con más trasfondo, al dejar en ridículo toda la maquinería mediática, e incluso las reacciones de la gente común ante las "celebridades". Si bien no es su mejor film, no por eso A Roma con amor deja de entretener y resultar agradable. Es una película con una atmósfera fresca, música simpática que remite al cine italiano de los años '70, y bellísimas locaciones. Hay gags muy divertidos, y otros no tanto, pero la película funciona y está bien resuelta. Con otra tónica que "Medianoche en París", Woody Allen mantuvo la tipografía de sus títulos, pero en esta oportunidad, salimos del cine cantado "Volare"
Un potencial crack, un ginecólogo y un representante de fútbol algo fracasado en su negocio son los tres pilares de esta comedia familiar cuyo tema central es, claro está, el fútbol. Cuando su tío, entrenador de chicos, enferma, Diego (Diego Peretti), un ginecólogo con una historia futbolística personal truncada por carecer de talento, se ve obligado a viajar a España con Gustavo ("Chino" Darín), un joven que promete ser una estrella de fútbol. Para eso, deberá hacerse pasar por su representante. Lo que nadie sabe es que en España, hay otro señor , Javi (Fernando Tejero), el más "chanta" de los dos, que también tiene los papeles para ser representante del muchacho. La historia se desarrolla contando las peripecias de estos dos inexpertos representantes, para que Gustavo pueda fichar con el Real Madrid, y por supuesto, así cobrar la comisión que corresponde. En ese correr por firmar el contrato, dejan de lado algunos detalles, como su matrimonio, en el caso de Javi, y la supervisión del joven crack, en el caso de Diego. Lo que no llega a resultar en la película es, sobre todo, el ritmo de la narración. La comedia no es un genero fácil, y tiene exigencias, por así decirlo, particulares. No alcanza con líneas ocurrentes para que un gag funcione, hay un tiempo que manejar también, y eso falla en este caso. Al estar como desfasadas en ritmo las respuestas, que serían como los remates de lo que tiene que causar gracia, esa gracia se pierde, y lo que pretendía ser divertido, deja de serlo. Por eso, lo máximo que se puede rescatar son algunos momentos simpáticos, sobre todo a cargo de Tejero, que es el que mejor se desempeña en el tema. Peretti está un poco rígido, como contenido, lo que se puede explicar por la propia personalidad de su personaje, pero es una pena ya que sabemos que da para más. En el global, la historia no llega a levantar, aunque es valorable que el argumento haya elegido un final fuera de los lugares más comunes. Para quienes gusten del tema, hay varios cameos futbolísticos, pero son sólo participaciones "de color", y no aportan a la historia. Un buen intento, pero que termina con gusto a partido sin goles.
Disney nos presenta, en el marco de sus documentales Disney Nature, una historia de chimpancés en su hábitat natural, África. Como anteriormente en Felinos de África, la diferencia entre éste y otros documentales sobre animales salvajes, es que los protagonistas tienen nombre, y hay una narración en voz en off, que va tratando de hilar una historia. Lo que nos queda entonces, es una suerte de documental algo ficcionado, y con las partes más cruentas sutilmente narradas pero omitidas en la imagen, como para que sea más tolerable para los más chicos. En esta oportunidad, seguimos a Oscar, un pequeño chimpancé con quien el espectador se encariña en breve. Su familia, las peripecias para sobrevivir, y aprender a ser un adulto, son lo que ocupará el centro de la trama de esta película. El tratamiento de las imágenes, las escenas de caza o de peleas entre grupos de chimpancés adultos no son chocantes, sin embargo lo que se cuenta: la escasez de alimento, la intemperie, la muerte, en fin, la vida real de estos monos, seguramente no resultará grato para los más chiquitos, e incluso los niños un poco más grandes pueden encontrarlo algo angustiante. Lo destacable es la belleza de las locaciones. La primera escena, que nos sitúa en el lugar, arranca con una imagen aérea de las montañas africanas, algo de una majestuosidad imponente. El punto flojo es este género híbrido del pseudo-documental que queda a mitad de camino entre la historia ideal que pareciera querer narrarse, y la dureza de una realidad salvaje, que no tiene en cuenta la sensibilidad de posibles espectadores urbanos. Y mucho menos, de los niños. Así resulta siendo un poco historia, un poco informativo, pero con recortes, sin definirse claramente entre una y otro. Párrafo aparte merecen las imágenes del equipo de filmación que aparecen en los créditos finales. Con mucho humor, muestran lo inhóspito de su trabajo, aunque se nota cómo lo disfrutan. Insectos, serpientes, lluvia, parece haberles pasado de todo. Casi como para hacer un documental sobre ellos.
Todavía está fresca en la memoria de los argentinos la incertidumbre de aquellos días del verano de 2001-2002, cuando todos los depósitos bancarios fueron congelados en lo que se denominó "el corralito". Nadie podía sacar su dinero, ya fuera mucho o poco. Aprendimos de qué se trataba un recurso de amparo, y muchos dejaron su salud golpeando las chapas que escondían los vidrios de los bancos a los que no se podía entrar, al unánime grito de "justicia". Años más tarde, el director Julio Bove recrea en su película esos días a través de varios personajes cuyas historias convergen en la sucursal bancaria donde sus ahorros habían quedado retenidos. Sin embargo hay un protagonista, el viejo Don Funes (interpretado por Federico Luppi), un jubilado diabético y viudo que, como tantos otros, perdió los ahorros de toda su vida en ese momento. La primera llamada que hay que hacer es que el film lo inició Juan Carlos Desanzo, pero bastante avanzado el rodaje, desconforme con los resultados (vaya a saber uno porqué), decidió abandonar el proyecto. Bove, quien era productor y guionista del film, entonces terminó firmando los créditos como director. Volvemos al tema. Teníamos a Funes, pasando un mal momento. La desesperación lo lleva a tomar una medida extrema: se presenta en la sucursal armado con una granada, que amenaza detonar si no le devuelven inmediatamente su dinero. Pero no es el único en situación terrible: dentro del banco hay una familia con su pequeño hijo en brazos, y en la mano el amparo que le ordena al banco a devolverles su dinero. Y seguimos sumando: también hay un gerente de sucursal (Gabriel Corrado), empleados varios, y un hombre de la empresa de seguridad, que dada la situación actúa más de portero que otra cosa. Fuera del banco, la horda de ciudadanos golpeando las vallas. Entre ellos, una familia que se va de camping a la puerta del banco todos los días, cuya madre (Ester Goris)parece estar perdiendo la razón a medida que avanzan los reclamos. También están los periodistas, representados por una movilera que (incomprensiblemente) se burla de sus entrevistados, y, finalmente, la policía con el comisario Bonati (Gustavo Garzón) a la cabeza. Con este planteo, el film podría haber resultado muy interesante, sin embargo, no lo es. Y el problema es el tono que se le dio a la narración. Por alguna razón, el director (también co-guionista) optó por una ligereza cuestionable teniendo en cuenta el tema a tratar. Si bien todos recordamos esta cuestión como dramática (y angustiante, sin dudas), por alguna extraña decisión del libro, aquí se busca ubicar la trama "pseudo coral", dentro de un registro irónico. Amalgama difícil de lograr. La película entonces no logra reflejar el dramatismo de la situación (lo intentaba?), ya que el relato que hace de los hechos es tan inverosímil que aleja al espectador de cualquier posible identificación con los personajes. Se niega la opción de la empatía: no sufrimos con ellos (y tampoco nos causa gracia, si ese es el efecto buscado). Se cae en una ridiculización quizás planteada, pero que no le queda bien al film y genera desconcierto en la platea. No queremos contar más de "Acorralados", quizás como espectadores deberían aportar otra visión a la nuestra. A nosotros, nos cuesta acordar con su registro y la manera en que va cerrando las historias que presenta. Nos invadió el desconcierto al salir de la sala, debemos reconocer. Muy buenos actores, de renombre, en lucha solitaria para sacar adelante sus personajes, a pesar de todo. En esa vuelta, rescatamos a Luppi y a Goris, quienes son los que mejor llevan adelante sus roles. Apostamos por retomar este tema tan actual (y no me digan que no lo es en estos días!!!), desde otro lugar y alentar otras propuestas que trabajen por reconstuir esa página de la historia con otras visiones. Indudablemente, el tema lo merece.
Para alegría de los padres, empieza a renovarse la cartelera infantil. El primer aterrizaje es la tercera película de la saga de Madagascar, con todos sus habituales personajes, pero en una nueva aventura. De movida, hay que decir que el equipo técnico que hizo las anteriores se mantiene en número aceptable (con Eric Darnell a la cabeza) y eso garantiza cierto respeto a la esencia de la franquicia. La película comienza donde terminó la anterior: Marty, Alex, Melman y Gloria están en Africa, esperando que lleguen los célebres pingüinos con su avión para llevarlos de vuelta a su casa, el zoológico de Nueva York. El problema es que los pingüinos, que se fueron a Montecarlo, no tienen en sus planes volver, así que los "africanos" deciden ir a buscarlos, "cruzando el charco". Así llegan a Europa, y ubican a quienes buscaban en el Casino. Hasta ahí, la parte más fácil. El problema es que, por el alboroto que causaron, son perseguidos por la desquiciada Capitana Dubois (en la voz original la interpreta Frances Mc Dormand), de Control de Animales, cuyas intenciones son bastante más oscuras que sólo restablecer el orden. De esta manera, se convierten en fugitivos. Al principio huyen en el avión fabricado por los pingüinos, pero cuando éste cae destruido, no les queda otra que unirse a la gira de un circo, donde conocen a nuevos personajes. El film es muy divertido, en mi opinión el mejor de la saga. Paradójicamente, es en el que los animales (tanto los que conocemos como los del circo) están menos cerca de su "naturaleza animal". Y es que el problema argumental de las anteriores era la contradicción entre la cuasi-humanidad de estos animales criados en cautiverio, y la naturaleza (donde se espera que desplieguen sus instintos). Eso provocaba una inconsistencia que no convencía, como en la primera, cuando el león, Alex, que estaba a punto de comerse a sus vegetarianos amigos, termina comiendo pescado... En cambio en esta ocasión, se da rienda suelta a la urbanidad de los protagonistas, se deja de lado el conflicto interno, y eso genera situaciones de mucha más acción y comicidad. En cuanto a "cómo hacen para", bueno, esa pregunta ya quedó obsoleta en el momento en que los pingüinos levantaron tanto vuelo como protagonistas (tienen su propia serie animada en televisión). Ellos pueden hacer de todo, sólo necesitan dinero, pero saben cómo conseguirlo, por eso la aparición de objetos e invenciones geniales ya es verosímil dentro de esta historia. Cabe destacar un muy buen uso de la tecnología de 3D, con juegos con el "afuera" de pantalla: vale la pena ir a las funciones en las que se lo pueda apreciar. Llena de guiños cinéfilos (hay toda una escena dedicada a escapes carcelarios)que los padres o "adultos responsables" enseguida encontrarán, más un homenaje a Edith Piaf con la capitana Dubois cantando "Rien de rien", y un gran despliegue visual en las partes del circo, la película es amena y entretenida, incluso para los grandes. Y para los chicos, una fiesta.
Según indica la historia real, el famoso escritor norteamericano Edgar Allan Poe apareció moribundo luego de que no se supiera de él por varios días. Se desconoce qué le sucedió en esas horas previas a su muerte. Justamente ese hiato biográfico es la puerta que utilizaron Ben Livingston y Hannah Shakespeare, los guionistas de este film para crear una historia de suspenso protagonizada por el creador de las historias de detectives. Un extraño doble asesinato ocurre en la ciudad de Baltimore, en 1849. Nadie se explica cómo pudo huir el asesino de una habitación herméticamente cerrada. Hasta que llega el inspector Fields (Luke Evans) y descubre qué ocurrió, pero no porque su mente sea brillante, sino porque lo había leído en una historia de un tal Poe. Al principio tomado por sospechoso, Poe (John Cusack) termina siendo reclutado como detective de una serie de crímenes que apenas comienza. El asesino no sólo imita escenarios que hasta entonces sólo habían ocurrido en la mente del escritor, sino que crea una suerte de búsqueda del tesoro macabra, cuyas pistas refieren a la obra de su admirado mentor. Para los lectores de la literatura de Poe, será interesante recordar a qué cuentos pertenecen las "pistas", que uno puede leer también como citas bibliográficas, a las que se hace referencia en detalle para quienes no estén familiarizados con la obra del autor. Dirigido por James McTeigue, el director de la afamada Vendetta, este film se caracteriza por su oscuridad general, que colabora con el clima de dramatismo y sordidez que quiere describir. John Cusack es especial para interpretar al atribulado Poe, que hace dos años que no escribe ficción, está económicamente quebrado, es alcohólico, acusado de opiómano (en ningún momento se ve que lo sea), y a pesar de todo, está enamorado de Emily Hamilton (Alice Eve), la hija de una acaudalada familia. Si bien aparecen todos los fantasmas y demonios que la mente del escritor acunó y transmitió en su literatura, el director no los muestra con toda la crudeza que podría haber usado, y es que la idea parece ser mantener la raya del lado del suspenso, sin cruzarse al terror. El efecto resulta en un film moderado, y más tolerable por una audiencia masiva, sin ser tan específico para amantes de un género. Así, ésta no deja de ser una historia "de asesinos seriales", sin embargo la narración es simple, lineal, está bien lograda, y llega a provocar intriga y mantener bien el suspenso. En el momento en que llegamos a ver el color del ojo del asesino, hasta nos hace creer que vamos a poder deducir por nuestra cuenta de quién se trata. Ya desde los gritos desgarradores de una mujer en la primera escena, el relato atrapa, y no afloja hasta el final.
Diez años después de la anterior entrega de la saga, vuelve la división de agentes secretos más extraña de la ficción: los encargados de mantener en orden las relaciones con los alienígenas que viven en la Tierra (y sus parientes lejanos) sin que el resto de los humanos se den cuenta de la peculiar convivencia. En esta oportunidad, la tercera aventura, un boglodita que fuera encarcelado por el agente K (un muy arrugado Tommy Lee Jones) logra escapar, y viaja en el tiempo para cambiar su destino, y así el de toda su civilización. Para evitar las consecuencias de esta alteración histórica, el agente J (Will Smith), el único que se da cuenta de lo que sucede, lo perseguirá, en uno de los mejores viajes en el tiempo que haya visto. Los guionistas elegieron un año peculiar y bastante colorido para situar la acción en el pasado: el agente J debe viajar al 15 de julio de 1969, un día antes del lanzamiento del Apollo 11, y esta fecha no es accidental, sino que justamente ese cohete será el vehículo para poder instalar el escudo protector de la Tierra contra posibles invasiones extraterretres (es que no todos son amigos, ¿se acuerdan?). Lo difícil será lograrlo, considerando que el enemigo se duplicó: ya no sólo hay que luchar contra su versión en esa época, sino con la más actual,que está por llegar. Digamos que innovó Barry Sonnefeld pero tampoco tampoco tanto. Al margen de las razones lógicas para la elección de la fecha, no se puede negar que los '60 siempre son interesantes para mostrar, y los guionistas lo saben. Referencias a las complicaciones raciales, un Andy Warhol muy particular, y un giro en la misma historia del béisbol confluyen para darle a este capítulo un aire distinto. En cuanto a los actores, se destaca Josh Brolin como el joven agente K, siempre rígido y estricto, pero aún no tan parco y reservado como su futuro ser. También aparece Emma Thompson como la agente O, actual directora de la agencia. Lo destacable de Thompson es la capacidad que tiene para hacer cualquier tipo de papel, desde dramas a comedias, películas menores y masivas, todo con la misma calidad y altura. Dirigida como las dos anteriores por Barry Sonnenfeld, y producida por Steven Spielberg, hay una suerte de vuelta a la idea de la primera película. Con las habituales referencias a los famosos que en realidad no son terráqueos (esta vez le toca a Mick Jagger, por ejemplo), ésta es una versión un poco menos escatológica, y por cierto mucho menos babosa que sus precedentes, pero igual de entretenida.
La idea de la mala suerte, los objetos que la provocan, o las personas que la atraen, son universales. Varían según las versiones, pero el concepto es el mismo: a uno las cosas malas le pasan porque se cruzó con un gato negro, o porque le dio la mano a ese "jettatore" que es la desgracia caminando. En esa idea se basa esta ópera prima de Ana Halabe, que cuenta la historia de Gabriela (Julieta Cardinali), una mujer felizmente casada con Marcelo (Fernán Mirás), y exitosa en su negocio, que se reencuentra con una amiga del secundario, Felisa (o "la innombrable") (una sorprendentemente vivaz Leonora Balcarce), a quien siempre creyó la razón de sus malos momentos. Convencida de que Felisa es "jetta", en tres días la vida de Gabriela se transformará en una continuidad de infortunios de todos los aspectos. La comedia está muy bien actuada, se destacan la naturalidad los actores, todos muy conocidos para el público. Realmente la lista de nombres es larga, pero podemos destacar a Rita Cortese, Nicolás Pauls, Roberto Carnaghi (¿hace falta aclarar que actúa bien?), y Juan Manuel Tenuta. Esa organizacón tan descontracturada transmite cierta frescura al film, que llega al público, y permite conectar con la historia que, sin ser espectacular ni pretender serlo, funciona. Sin sofisticaciones, la película resulta así entretenida, realmente no aburre, aunque decaiga un poco hacia el final, con un ciertos detalles un poco forzados para resolver las situaciones (como la verdadera identidad de "Angelina Jolie 35", esa extraña figura que chatea con Marcelo, el marido de Gabriela, y se reúne con él todos los jueves). También tiene un aire de moraleja en el final que no combina tanto con lo que se venía narrando, y que intenta plantear la subjetividad de la noción de la "suerte", y claro, quién es responsable de lo que a cada uno le sucede. En fin, una comedia liviana pero agradable, como para pasar un rato de cine en familia.
El último film del director finlandés Aki Kaurismäki llega, como sucede con este tipo de películas, con un poco de atraso. Realizado en el 2010, participó en la edición 2011 del festival de Cannes, donde ganó el premio FIPRESCI. El Puerto es una historia simple, contada de modo sencillo, directo, sin vueltas. Diálogos con frases escuetas, pero mucho valor en las miradas y los pequeños gestos. Con una estética que remite a los film noir de los años cincuenta (el inspector hasta usa sobretodo y sombrero), Kaurismäki se mete sin embargo con un tema muy actual: la inmigración ilegal hacia Europa. En este caso, un contenedor queda varado en el puerto normando de Le Havre, su contenido: familias provenientes de Gabon, África, que viajaban con destino a Gran Bretaña. Uno de sus ocupantes, Idrissa (Blondin Miguel), un chico de unos 13 años, se escapa, y se cruza en el camino de nuestro héroe, Marcel Marx (André Wilms). Marcel es un escritor devenido en lustrabotas, oficio ingrato en este siglo XXI, dominado por la zapatilla, y el calzado de materiales “no-lustrables”. Marcel vive con su mujer, Arletty (Katy Outinen), en una relación que también remite a otras épocas, incluso marcadas en la vestimenta de ella en particular. Él trabaja, trae el dinero a casa y ella lo espera, junto al perro y con la cena lista. Mientras Arletty queda internada con un grave diagnóstico que elige esconder a su esposo, él se encontrará fortuitamente con Idrissa, y se hará cargo del destino del chico, con una hidalguía poco común en nuestra época. El tema de la inmigración no se limita al chico y su familia, sino que veremos que Arletty, y hasta el colega más cercano de Marx, Chang, también son inmigrantes, con sus tristes historias pasadas a cuestas. El escenario se completa con los personajes de este barrio portuario (ese donde, según Arletty, no ocurren milagros), que terminan de enmarcar esta historia de seres comunes y corrientes, simples y sin exigencias, ni entre ellos ni con la vida, capaces de una solidaridad a prueba de economías escasas y fuerzas del orden. Fuerzas representadas por el inspector Monet (Jean-Pierre Darroussin), hombre de gestos y expresiones severas, pero también dueño una ética personal poco frecuente. Se deja ver claramente el arte de Kaurismäki. Es notable el cuidado de cada escena, la mesura en las palabras y los silencios, los movimientos y las pausas, los primeros planos a los objetos y rostros que nos van narrando la historia. La música también nos transporta a otra época, a tal punto que hace falta que nombren el año de un vino para confirmar que la película transcurre en la actualidad. Un producto que resulta encantador, y muy valorable. Otra de esas excepciones cinematográficas que vale la pena aprovechar, ya que no abundan en cartelera.