Extraordinario

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

EL SOL Y SUS PLANETAS

“No todo se trata siempre de vos”, le dice a Auggie su hermana Via en un momento de Extraordinario. Esa frase encierra uno de los aciertos de la película de Stephen Chbosky, basada en la novela de R.J. Palacio. Como dice Miranda, la mejor amiga de Via, Auggie, quien tiene una deformación facial de nacimiento, es el Sol de la familia: detrás del juego de palabras en inglés -sun (sol) se pronuncia muy parecido a son (hijo)-, lo que queda claro es que su condición ha llevado a que todo el núcleo familiar gire alrededor suyo, estableciéndolo como prioridad absoluta. Pero lo cierto es que esa galaxia de personajes/planetas que lo tienen como centro de sus existencias tiene sus propias historias para contar.

Por eso es que Extraordinario tiene sólo como punto de partida el hecho de que Auggie, luego de haber sido educado durante varios años en su casa, tiene que iniciar su camino en la escuela, conviviendo con niños de su edad y exponiéndose a eventuales situaciones de bullying. A partir de ese conflicto disparador, el film no sólo hará foco en el Sol que es Auggie, sino también en los planetas que lo rodean: su madre Isabel (Julia Roberts), que buscará retomar su carrera y terminar su tesis; Via, cuya amistad con Miranda entra en crisis aunque eso le servirá como oportunidad para entablar nuevos vínculos y descubrir aspectos de su propia personalidad; su padre Nate (Owen Wilson), intentando balancear sus sentimientos y los de los demás; pero también Miranda, con sus propios problemas de identidad; y hasta Jack Will, su primer amigo en el colegio.

Esa coralidad que va desarrollando Extraordinario es la que le permite ser mucho más que una película sobre el bullying, que en la narración es apenas un síntoma parcial del verdadero tema que subyace en el relato. Porque en verdad estamos ante un film sobre los distintos miedos que pueden aquejar a las personas: miedo no sólo a las agresiones o burlas, sino también a quedarse solo, a no ser escuchado, a no tener amigos, a expresarse, a tomar riesgos, a ser rechazado, a pelearse con la gente a la que se quiere, a que lastimen a un ser querido. El rostro de Auggie es una metáfora de los dilemas que aquejan a todos los personajes, cada uno de ellos en construcción, cada uno buscando una identidad propia.

Lo llamativo -y a la vez virtuoso- de Extraordinario es que esta complejidad temática se va configurando desde una bienvenida simplicidad en la enunciación. Chbosky no da vueltas, es directo en lo que plantea y se aleja de un conjunto de manipulaciones que estaban servidas para un relato como este y que se podían ver en una película como Todo, todo. De hecho, la película se emparenta con Marley y yo en cómo utiliza a su favor discursos típicos de manual de autoayuda y secuencias que se prestan al golpe bajo -hasta hay una situación con un perro que es un puñetazo al estómago- pero enmarcados en una historia donde lo que importan y prevalecen son las emociones humanas.

Pero Extraordinario cuenta a su favor con un factor extra aparte de un guión honesto y una puesta en escena coherente que se sobreponen a algunas remarcaciones un tanto redundantes. También hay un elenco que hace lo suyo de manera estupenda, porque Jacob Tremblay, después de La habitación, vuelve a cargar sobre sus hombros con un enorme peso dramático con una soltura poco habitual; Wilson, con apenas un puñado de frases, demuestra que los toques de comedia pueden llevarse muy bien con el drama; y Mandy Patinkin, como el director del colegio, exhibe una nobleza que elude cualquier atisbo de trazo grueso. Y porque claro, está Julia Roberts: nadie se ríe o llora como ella, maneja cualquier registro de manera notable y en un papel que podría simplificarse como “de reparto”, lleva a cabo un tour de force emocional que la vuelve a consagrar como una de las mejores actrices de su generación.

Desde una firmeza en sus propósitos que no es soberbia sino coherente, genuina y honesta, Extraordinario se constituye en una película necesaria. Es necesaria no porque aborde un tema importante y candente (o no sólo por eso), sino porque construye un drama de aprendizaje que interpela nuestras propias experiencias. Todos tenemos miedos y el desafío constante, diario, es hacerse cargo de que los portamos y debemos superarlos. Por eso las lágrimas -particularmente hacia el final- son prácticamente inevitables. La emoción surge de la empatía, de ver nuestro reflejo en la pantalla. Extraordinario es una de esas caricias al alma que nos da el cine de vez en cuando.