La comparación entre las hormigas de un hormiguero atacado y la Guerra de Malvinas con que comienza Falklinas no es muy atinada. Según este particular punto de vista, están aquellos insectos directamente afectados por la destrucción, otros que por su cercanía al agujero sufren consecuencias secundarias y los últimos, indiferentes a todo entre los pliegues de la tierra.
La voz en off de Damián Dreizik llama “hormigas B” a las del segundo grupo. Siguiendo con el paralelismo bélico, allí entrarían civiles cuyos oficios los llevaron a ocupar roles de reparto en un conflicto ajeno. Como Osvaldo Ardiles, estrella del Tottenham Hotspur de esa época y abucheado por rivales por su nacionalidad, un futbolista tironeado por la guerra entre el país donde nació y el que lo adoptó. O el periodista Andrew Graham-Yooll, que cubrió la guerra para el periódico inglés The Guardian.
Falklinas suma otros tres personajes a esa galería para, a través de sus historias, registrar desde distintas ópticas los daños colaterales. Hombres que en muchos casos se involucraron de casualidad. Tal es el caso de Rafael Wollmann, un fotógrafo que a fines de marzo había viajado hasta el Atlántico Sur, terminó varado en Malvinas y, gracias a eso, fotografió gran parte de las imágenes que ilustraron las tapas de los principales diarios y revista de la época. La del soldado argentino guiando a sus pares ingleses rendidos, por ejemplo.
El documental de Santiago García Islaer, se dijo, tiene un punto de partida forzado. Pero, a medida que avanza su desarrollo, adquiere interés gracias a la valía de los testimonios y una voluntad por trascender aquellas facetas más conocidas de esa guerra que, casi 40 años después, todavía significa una herida abierta en la sociedad.