HISTORIAS DE MALVINAS
Tras muchos años de silencio alrededor del tema, el cine argentino (especialmente el documental) comenzó en el último tiempo a abordar con asiduidad la guerra por Malvinas, aquel conflicto bélico que enfrentó a Argentina con Inglaterra por las islas ubicadas en el Atlántico Sur, y que fue utilizado por el Gobierno militar como manotazo de ahogado ante su inexorable final. En ese contexto, el punto de vista de Falklinas, de Santiago García Isler, aparece como una novedad puesto que deja de lado el cuestionamiento directo a las decisiones que tomaron por entonces los altos mandos militares, los padecimientos de los combatientes o la mirada reivindicadora y nacionalista. Algunos de estos temas aparecen, pero de forma lateral, a partir del trabajo de observación sobre cómo impactó aquel hecho en un grupo de personajes que no tenían relación directa con él.
Como lo marca una metáfora que utiliza el director en el comienzo del film, que incluye hormigas y una piedra, hay eventos que impactan en la sociedad de diversas maneras: están los que lo sufren directamente, los que lo sufren a pesar de no ser los directos perjudicados y aquellos que pasan por ahí de forma indolente. Sobre los primeros hemos visto muchas películas, por lo tanto no deja de ser atractivo que a García Isler le interese el segundo grupo, al que la película, a partir de un estudio científico, denomina “Hormigas B”. Falklinas hace un recorte sobre cinco personajes que, como se resalta, estuvieron “en el lugar correcto en el momento justo, o todo lo contrario”: los periodistas Andrew Graham Yooll y Simón Winchester, el futbolista Osvaldo Ardiles, la ciudadana malvinense Laura Mc Coy y el fotógrafo Rafael Wollmann serán los protagonistas de la película, historias de Malvinas que como aquel film de Carlos Sorín pueden ser a veces mínimas, pero que no dejan de explicitar la idea de cómo todos terminamos afectados por un acontecimiento de semejante envergadura.
La mixtura es la elección principal de García Isler. Mixtura que podemos ver en el título, que mezcla Malvinas con Falklands (como le llaman los británicos a las islas), y que también podemos ver en la forma en que se van encadenando los testimonios. Por momentos, como en Magnolia de Paul Thomas Anderson, las historias se cruzan, se relacionan, se tocan (hay una gran foto en la que aparecen cuatro de los personajes); ofrecen diversos puntos de vista sobre un mismo hecho. Ahí está la riqueza principal del film, no dejarse llevar por una mirada revisionista ni panfletaria. Eso puede convertirla para algunos sectores en una película incómoda o antipática. Pero Falklinas avanza con la seguridad de que el absurdo de la guerra, las desidias de las autoridades, el desamparo de los jóvenes que son enviados a pelear, en algún momento aparecerá. Y eso es así porque, como en la metáfora de las piedras, esas cosas siempre terminan apareciendo, salvo que uno quiera hacer la vista a un lado. Puede que Falklinas no sea la película definitiva sobre Malvinas, pero sí es una producción valiente que se anima a mirar un hecho histórico desde un lugar inusitado.