Una mediocre remake de un famoso musical
Versión de Fama que hace extrañar a la de Alan Parker
Casi tres décadas después de la versión original dirigida por Alan Parker (y que luego derivó en una también popular serie de televisión), llega esta mediocre remake, que no alcanza jamás la intensidad de aquella primera entrega ni tampoco sintoniza con la sensibilidad de la generación High School Musical . No funciona, por lo tanto, ni como experiencia nostálgica para los adultos ni como espejo o forma de identificación para los adolescentes.
El joven coreógrafo y director de videoclips Kevin Tancharoen debuta en el largometraje con este producto que reitera a grandes rasgos la estructura (dividida en los cuatro años de formación en la High School of Performing Arts de Nueva York) y hasta algunos pasajes centrales del film de 1980.
Si bien hay un cuidado tan propio de la corrección política (y también del marketing) a la hora de repartir los personajes entre exponentes de diversas clases sociales y orígenes, esta Fama versión 2009 -más allá de retratar las inseguridades de todo aspirante a artista o de describir a grandes rasgos algunos choques de los muchachos con padres que no los comprenden- no aborda ninguno de los problemas reales que hoy afectan a la escuela secundaria en todas partes del mundo: problemas de aprendizaje, falta de oportunidades, explosiones de violencia, rivalidades, consumo de drogas y un largo etcétera.
Como en la original, hay un intento de suicidio, algún enfrentamiento de clase (una rubia de clase alta que abandona a su novio latino cuando consigue un contrato para una compañía de danza profesional), cierta historia con elementos sórdidos que tiene como protagonista a un agobiado rapero afroamericano de vida traumática, pero queda muy claro que esta nueva Fama es algo así como una versión "pasteurizada", desprovista de todo conflicto más o menos inquietante, cuya prioridad pasa por mostrar el talento para la música, el baile, la actuación y el cine de los jóvenes artistas.
Y aquí tampoco la cosa funciona del todo bien: más allá de la energía desbordante, del colorido y del vértigo de los números musicales, el resultado es demasiado grandilocuente y artificial, con un montaje taquicárdico propio del (viejo) videoclip que no ayuda al disfrute en toda su dimensión.
La edición final deja la sensación de que hubo muchas escenas filmadas y que luego fueron cortadas, ya que por momentos la narración no fluye y varias subtramas quedan desdibujadas o se resuelven de manera apurada o parcial.