Pete (Wahlberg) y Ellie (Rose Byrne) conforman un matrimonio feliz pero, entre charlas con amigos y parientes, descubren que se sienten incompletos y quieren formar una familia. La decisión, entonces, es adoptar, para lo cual deberán tener varias clases previas a modo de preparativo.
Esas clases son, por lejos, lo mejor de la película, el único momento donde el guión coescrito por Anders y su habitual socio creativo John Morris apuesta por la incorrección a través de esa fauna de padres cada cual más freaks que los anteriores. Incluso se permite bromear sobre la orfandad y el maltrato infantil, dos temas a los que pocas historias se atreven.
Pete y Ellie finalmente adoptan tres hermanos: una chica adolescente contestataria y rebelde, un nene que se golpea contra todo lo que se le cruza y una nenita que pasa de encantadora a diabólica en apenas segundos. Con esto empiezan los problemas tanto para ellos (el desorden y las dificultades para conectar con la mayor estarán a la orden del día) como para una película que regula su potencia cómica descansando en chistes familiares y aptos para todo público hasta llegar a un desenlace que, desde ya, marca la celebración de la unión y la familia, con foto en un juzgado incluida.