Historias de niños huérfanos, familias ensambladas y mensajes de integración y buenos sentimientos ha habido siempre. El cine de Hollywood ha celebrado a lo largo de toda su tradición esas fábulas emotivas, y con algo de moraleja, sobre todo en esta época del año. Lo que distingue a la película de Sean Anders ( Guerra de papás) es el uso de la ironía, la slapstick y la subversión de cualquier nota monocorde para tratar un tema sensible y con ello nunca volverse solemne. Inspirada en la adopción de sus propios hijos y apoyada en la notable dinámica que consiguen Mark Wahlberg y Rose Byrne, el film recorre los tópicos clásicos que van del caos a la unión familiar, adheridos a un realismo sobre las dificultades del sistema de adopción, sin nunca olvidarse de que está haciendo una comedia. Exigirle a la película que sea una representación "compleja" del sistema de adopción es injusto porque lo hace desde el prisma del género, afinando su sensibilidad -hasta incluso alguna escena edulcorada- y logrando equilibrar las risas con algunas lágrimas. Los dos grandes aciertos son: la pareja de asistentes sociales que interpretan Octavia Spencer y Tig Notaro, dúo cómico en tono menor que funciona como gag y comentario sutil sin nunca desprenderse de la trama; y la excelente actuación de la joven Isabela Moner para dar vida a la adolescente conflictiva, capaz de hacer estallar en sus odiosas provocaciones cualquier previsto estereotipo.