Relaciones disgregadas en clave menor
Un hotel en Valeria del Mar, un padre casi cincuentón, la madre y su hermana y sólo tres alojados en el lugar, un tipo grande y dos chicas que andan revolcándose buena parte del día. Rutinas laborales, diálogos entre madre e hijo, la hermana que observa no se sabe qué, un teléfono que suena y una visita imprevista que viene a romper la monotonía. Quien llega es la hija de Ernesto (Ferrigno) luego de ocho años de desunión familiar, motivo por el cual ese pequeño hotel modificará su aburrimiento: la adolescente pregunta y da lecciones de vida, la abuela (Aleandro) dice un par de ironías y reta a su hijo, en tanto, el padre de familia “disfuncional” da consejos a la nena que le da poca bola. Mientras tanto, la hermana mira y sonríe. Ah, y los tres alojados en el hotelito continúan –en off, claro, porque se trata de una película familiar– con sus maratones de sexo. Aunque, no faltará mucho tiempo para que una de las chicas necesite consuelo en otro lugar. Es que esta familia tiene cuentas pendientes del pasado, secretos a revelar, alguna mentirita que no puede sostenerse más. Y que, cerca del final, cara a cara, padre e hija confesarán aquello que se preveía desde el minuto diez, quince como máximo. Familia para armar es el imperio del plano-contraplano, de la ineficacia por construir un espacio cinematográfico (la película podría suceder alrededor de una pileta de natación o con los personajes encerrados en una habitación), el típico exponente de guión calibrado con frasecitas simpáticas (de la adolescente), chispeantes (de la abuela) y reflexivas (del padre). La hermana, por su parte, dice algo de vez en cuando. Es que Familia para armar es un retorno al pasado, no sólo por la película en sí misma, sino por una manera de hacer y pensar al cine que se parece al de 20 o 30 años atrás. Un film radial de look retro y bastante apolillado. <