Me gustaría empezar por el final: cuando terminó la película sentí que recién empezaba. Que todo lo que había estado viendo era una larga introducción de los distintos personajes, la situación, el lugar y demás, pero que lo que realmente se iba a tratar estaba apenas por verse.
De alguna forma, en este tipo de relatos nacionales que tratan sobre la familia, sus conflictos entre los vínculos, las idas y vueltas dentro y fuera de la intimidad y demás, no puedo evitar discernir cierto patrón que se repite. Hay una constante docilidad, una impersonalidad quizá confundida con sutileza, que se puede observar en casos como El Abrazo Partido de Burman, o en El Hijo de la Novia, de Campanella. Retratos de familias en crisis que, quizás por estar empecinados en aferrarse a una narración con tonos humorísticos encadenados a lugares excesivamente comunes, no ahondan o por lo menos les cuesta mucho ahondar y profundizar en la complejidad y en la eterna problemática de los vínculos familiares. Es cierto que mucho se ha escrito y filmado aquí y afuera sobre el tema, pero eso no significa que no haya todavía mucha tela para cortar y una multiplicidad de ángulos para representarlo. El problema es que esto no es aprovechado por la película.
En efecto, la redundancia estereotípica de los personajes, los lugares comunes y la eterna previsibilidad del relato hacían que permanentemente estuviese esperando más del metraje de lo que éste estaba dispuesto a mostrar. Había casi todo el tiempo una sensación de ya haber visto la película, de esperar que de esos estereotipos se despegaran rasgos distintivos, frescos; sin embargo, ese estado predominante del film no ofrecía demasiado más.
En principio tenemos a Ernesto (Oscar Ferrigno), un tipo cuarentón, ex-escritor claramente frustrado con su vida, cascarrabias, que se ocupa de mala gana de administrar el hotel que tiene Elisa, su madre (en la vida real también, la legendaria Norma Aleandro) en la costa, junto con su hermana. En eso aparece su hija (la bella y prometedora debutante Malena Sánchez), olvidada por él, en el seno de su adolescencia. Como es de suponer, Ernesto rechaza de plano la sorpresiva visita de su hija e intenta dar con su madre para “devolverla”.
El problema central radica en que, justamente a partir de esto, el resto de la película es un constante picotear aquí y allá a sus personajes, mostrando únicamente lo que se espera de ellos en el imaginario fílmico reinante: el padre enfurruñado hasta el final, con sus incontables “no me rompas las pelotas” se niega a reconocer a su hija. La hija, Julia, como buena adolescente, busca llamar su atención haciendo unos cuantos papelones y generando a su vez mayor rechazo de su padre. En el medio, la abuela, la tía, un amigo de Ernesto, el plomero y dos mujercitas estilo groupies de turno aparecen como intentando robar cámara y no aportan casi nada al relato.
Si bien es evidente que algo ha pasado entre padre e hija como para que dicho reencuentro sea tan tenso y reñido, el argumento de alguna forma abusa del recurso de ocultar estos motivos hasta el final y con esto de alguna forma pierde la oportunidad de retratar la verdadera tensión y problemática que rodea dicho vínculo. Algunas escenas, como las sórdidas invasiones de Julia a la privacidad de su padre, aparecen como destellos que ponen en evidencia una interioridad que es rechazada a narrarse. Apuesta todo a sus personajes pero sin embargo no se juega por ellos.