Existían las películas “de contrato” en la época dorada de Hollywood. Básicamente un director firmaba con un estudio por x años o x cantidad de películas. Así salían proyectos personales y otros casi de compromiso, por lo general en desmedro de la calidad. Lo mismo sucedía con algunos actores. Esa es la sensación remanente al término de “Familia peligrosa”. Ninguno, ni Luc Besson ni el elenco multíestelar, parece demasiado preocupado por el resultado final. Ni hablar del desarrollo, más allá de algunos merecimientos genuinos.
En la introducción, un despiadado asesino vestido de negro (parece salido de Dick Tracy) escabecha una familia de raíz italiana (padre, madre, hija, hijo). Un balazo a cada uno. Parece una película de la mafia. Luego vemos a los Manzoni llegando una noche a un pueblito de Normandía, en Francia. Ya en su impronta al hablar reconocemos a una familia italiana característica de las producciones de gángsters. Confirmamos esto dos minutos después, cuando Giovanni / Fred (Robert De Niro) entierra un cadáver en el jardín. ¡Es una película de la mafia nomás!
La familia integrada por Maggie (Michelle Pfeiffer) y sus dos hijos Belle (Dianna Argon) y Warren (John D’Leo) debe instalarse en una casa algo desvencijada, como parte del plan de protección al testigo de la CIA. Claro, Giovanni delató a todos en Nueva York, por eso ahora son la familia Blake, y la cabeza de la cabeza de la familia vale 20 palos verdes.
¿Qué quiso hacer el director? ¿Comedia? ¿Acción? ¿Parodia? Se puede hacer todo en una película, siempre que se mantenga la idea central clara. La bifurcada situación entonces se plantea: por el lado del thriller con un asesino (el mismo del principio) enviado por el Capo en busca y eliminar al traidor. Por el lado de la comedia con la familia intentando adaptarse a un entorno que les es totalmente ajeno, y a un país en el cual, sorprendentemente, hasta el plomero habla en inglés. La familia se hace entender.
El querubín es un mafioso en potencia que en un par de días logra meterse en el tráfico de cigarrillos en el secundario, sumado a otras matufias; la nena anda a los raquetázos limpios con unos pibes que la llevan a pasear; Mamá Blake prende fuego un supermercado, porque siente que se burlan de ella; papá anda entre empezar a escribir sus memorias, o de llevar arrastrando al empresario a cargo del agua porque de la canilla de la casa sale un líquido marrón.
Este costado de “Familia peligrosa” funciona. A los tumbos, pero funciona.
El problema es cuando Luc Besson decide poner algunas dosis de violencia que rozan la impronta de algún que otro thriller dirigido por él mismo hace algunos años, como “El profesional” (1994) o “Nikita” (1990), por ejemplo, confundiendo a la audiencia con su indecisión respecto del género que quiso abordar. Así, algunas escenas empiezan con una sonrisa que de inmediato se desvanece al tomárselo en serio.
Tenemos una familia aislada en un rincón del planeta buscada por un montón de gente pesada. Será lógico esperar un enfrentamiento final, pero es imperioso que el espectador pase por alto el horroroso detalle de cómo los encuentran. Cuando llegue esa parte (involucra un diario y una botella), cierre los ojos durante un minuto. Piense en otra cosa. Algo lindo.
Para colmo de males, casi todo el elenco transmite una sensación de hastío. Tommy Lee Jones tiene una cara de “¿cuándo-termina-la-toma?”, que da un poco de vergüenza. Dianna Argon, la chica de “Glee” (2011), muestra matices pero mal usados. De Niro es él con barba, ni siquiera es su propia parodia, porque lo fue en “Analízame” (1999), cuando hizo una sátira brillante de sí mismo. Es como si la única motivación para filmarla residiera exclusivamente en el cheque. Y ni eso, porque ninguno de nosotros imagina a estos actores pidiendo fiado en el almacén porque no llegan a fin de mes. La única conectada con el tono que propone “Familia peligrosa” es Michelle Pfeiffer, pues sus intervenciones ayudan mucho a encauzar el tono cómico que se pretendía en escenas como la del supermercado o aquella en la que visita de cortesía a los agentes de la CIA en su bunker.
Una producción de escasísimo nivel en la cual se nota una dependencia absoluta en la descontada capacidad artística de quienes la realizaron. Quizás no haga falta hacerse mala sangre. Después de todo, si casi nadie quería hacer algún esfuerzo, entonces por qué habría de hacerlo el espectador.