La familia mafiosa más previsible
De manera previsible, Familia peligrosa toca el tema de la mafia con rostros conocidos y chistes fáciles. Un divertimento sin gracias donde sólo destaca la gran Michele Pfeiffer. Los tics de De Niro y el cine cansado de Luc Besson no son precisamente una invitación.
Desde hace bastante -y más- que el francés Luc Besson ha dejado de ser un realizador a seguir, de quien esperar con ganas un nuevo film. No por haber dejado de filmar, sino porque su derrotero le ha vuelto premeditadamente previsible así como atento a una voluntaria "americanización", superficial y oportunista, lejana de la que supusiera, dado el caso, la llevada adelante, reflexivamente, por los cineastas de la nouvelle vague. Si de un último film válido se trata, este cronista prefiere El perfecto asesino (1994), allá lejos, hace tiempo; capaz de filmar los puntos suspensivos que sucedían entre Léon, el asesino (Jean Reno), y la pequeña Mathilda (Natalie Portman). El quinto elemento (1997) no fue lo que de él se esperaba (con los historietistas Moebius y JeanClaude Mézières entre sus artífices artísticos, en nada responsables del mamotreto final), tampoco su Les aventures extraordinaires d'Adèle BlancSec (2010), a partir del cómic maestro de Jacques Tardi: ni siquiera una mínima referencia a esa mirada crítica, de negativa rotunda, que el dibujante francés tiene sobre la guerra, ante la que su Adèle no es indiferente. Ni qué decir de Juana de Arco (1999) y sus gestos bélicos de estilo gore, del engendro que es AngelA (2005), o de la corrección política, sin fisura, de La fuerza del amor (2011).
El caso de Familia peligrosa se sabe de antemano: Familia mafiosa ítaloamericana que escapa de la vendetta y recala en un pueblito francés. El padre de familia es Robert De Niro, la madre Michelle Pfeiffer, el agente custodio Tommy Lee Jones, y la película que proyecta el cineclub de la ciudad es...Buenos muchachos. Lo previsible como manifiesto, podría señalarse.
Ahora bien, lo que molesta en Besson es la pulsión que lo lleva a un montaje presuntamente hiperkinético, que no aporta absolutamente nada, sin un tono que lo mesure. O tal vez esta elección se encuentre, acá debe estar la clave, en consonancia con la nadería que en su cine pulula a nivel guión. El realizador francés parece empecinado en provocar una especie de sacudón al espectador a través de elipsis abruptas y un verosímil extraño, como lo suponen las golpizas exageradas, de historieta, más cercanas al clima de Sin City que a esta familia de sitcom desarraigada.
Este juego frenético está muy lejos, por ejemplo -y por el gusto de citar uno bueno-, del que lleva adelante Martin Scorsese en El lobo de Wall Street: un desborde que, de no ser por esas voces en off que van y vienen (como en La malvada, de Joseph Mankiewicz), harían de ella un cúmulo alucinógeno, lisérgico: algo que la película finalmente (felizmente) es. Tan grande es Scorsese.
Pero aquí se está hablando de Besson. Mientras en Scorsese hay puesta en escena, en el francés hay cobertura de torta. Sus guiños al cine no le eximen: Familia peligrosa cita, superficialmente, a Tati y Minnelli, entre otros, desde sus nombres o los carteles de cine. Porque sí. Tan gratuitamente como fácil son de entender las referencias cruzadas, por despectivas, de los americanos a los franceses y viceversa. Desde un prolijo ir y venir de diálogos que nada tienen de incorrecto. Con chistes que pueden ser, calculadamente, "disfrutados".
Las gesticulaciones, los tics, de De Niro apuntan en la misma dirección y previsibilidad, digerida en una cantidad ya innumerable de películas olvidables que se empecina en protagonizar. Hay un diálogo interminable entre él y Tommy Lee Jones que aparentemente se sustenta en el gusto de contar con ambos actores. No es para menos. Pero sin embargo, y por contraste, muy lejos del juego dialógico de Tarantino y sus ocurrencias, que Besson parece aquí emular.
La única que desprende espontaneidad, frescura, encanto, es la adorable Michelle Pfeiffer, quien aporta una caracterización personal, que sobresale, que la dice gran actriz (cada una de sus apariciones es de una reacción distinta: neurótica, manipuladora, bellísima), aún cuando por obra y gracia del montaje desaparezca repentinamente, durante larguísimos minutos, sin coherencia con el ritmo de permanencia que sus acciones prometían. Hubiese sido más que seductor continuar la línea abierta entre ella y el sacerdote confesor, evidentemente atraído -¿quién no?- por esta mujer, a quien termina por repeler de modo imprevisto, sin ahondar en lo que hubiese sido mucho más interesante de filmar. De haber sido así, no se estaría hablando de esta película.
Lo que puede señalarse es que, coherentemente, Besson ha realizado otra película más, así como las que viene haciendo: Sin alma, plena de trucos decorativos y con música oportunista.
El cine aparece supeditado. Con gestos de matrimonio entre guiños por todos conocidos y alguna referencia cinéfila "seria". Con la pretensión paradójica de ocupar un lugar pop que ya no puede, tal como lo hiciera, dado el caso, su notable Nikita. La cara del peligro (1990).