Parodia del cine mafioso
A pesar de sus intentos, la película no logra divertir demasiado.
Desde el primer plano de Robert de Niro, está claro que Familia peligrosa parodia el cine de mafiosos. Fred/Giovanni es el jefe del clan Manzoni, la familia que, ahora como Blake, se instala en un pueblo de Normandía bajo un programa de protección de testigos. Papá, mamá, la mujercita y el púber parecen acostumbrados al trámite de empezar una y otra vez. Pero los malos hábitos los acompañanan y pronto sabemos que la cabeza del pater familias tiene precio: 20 millones de dólares.
Las familias peligrosas son material apetitoso para el guionista. Desde El Padrino hasta Los Soprano. O cualquier familia que oculta su identidad por distintos motivos políticos. De Los Increíbles a Infancia clandestina: si se entrelazan los puntos de vista, cómo lo vive cada uno desde su realidad, qué tensiones los cruzan.
Pero acá interesan poco esas exploraciones. Luc Besson y su coguionista, Michel Caleo, toman la novela Malavita para desplegar, a través de los improbables Blake, todos los clichés divisorios entre yanquis y franceses. Ofrecen las postales, y la antipatía, que se supone los americanos asocian con la France. Y viceversa Esos apuntes desafilados aparecen reiterados, asombrosamente remanidos, aún en lo paródico. Comida chatarra versus estiramiento hueco y desdén.
En el conjunto, Michelle Pfeiffer, con el arquetipo de rubia chillona de New Jersey, otra vez casada con la mafia, es la que más parece divertirse. Los chistes meta cinematográficos completan el cuadro en el que Scorsese figura como productor.
De la farsa a la comedia negra, la película agota por su indecisión estéril y no divierte casi nunca. Si no desbarranca del todo es porque la acción, en su segunda mitad, le permite a Besson acelerar el ritmo y jugar con esa violencia cool que lo hizo famoso. Ahí se abandonan, se olvidan por el camino las subtramas –por cierto inverosímiles-, como si hasta Besson se hubiera aburrido de ellas.