Una mujer enfrentada nada menos que la densidad de piedra de la muerte en una lucha desigual, predecible, donde las armas pueden ser los recuerdos, las presencias menos esperadas, el material sutil de los sueños, y sobre todo una lejanía, un extrañamiento que puede salvarla por momentos de las garras del dolor inevitable. Nada menos que de ese tema se ocupa en su opera prima en largometraje la talentosa María Alché en su “Familia sumergida”. Comienza con una mirada naturalista y luego se interna en un mundo, el de la protagonista, donde nada escapa a su cámara, la presencia del pasado, las visitas construidas con hilachas de otros tiempos, los fragmentos de juegos infantiles, lo imaginado y lo vivido, lo adivinado y lo secreto. Cada toma tiene la construcción del misterio, de lo sutil, con la ayuda invalorable de la fotógrafa Mia Hansen-Love. Mercedes Moran es la protagonista de este film que le exige recurrir a todos los matices sutiles, las capas de profundidad de su talento. Ella es la hermana de la muerta, la madre de tres hijos entre adolescentes y adultos que ya están en sus mundos propios, la esposa de un marido que se percibe lejano y no solo por sus viajes, la compañera de un hombre que quedó “flotando” entre una despedida y un viaje que finalmente no pudo hacer. Ese tiempo suspendido, de esta familia “metida en una pecera” como imaginó la creadora del film, deriva en una película hipnótica, con humor, con abismos, con mucha seducción para el espectador. Muy buenos los trabajos de Marcelo Subiotto y Esteban Bigliardi.