La opera prima de la actriz de “La niña santa” se centra en las complicadas emociones y sensaciones que atraviesa una mujer tras la muerte de su hermana. Perdida en su cotidiana realidad familiar (esposo y tres hijos), entra en un viaje personal que se convierte en una extraña y fantasmal aventura de descubrimiento.
Es casi un cliché pensar que hay muchos elementos del cine de Lucrecia Martel –y especialmente de LA CIENAGA— al ver el universo en el que viven los protagonistas de FAMILIA SUMERGIDA, cómo se van desarrollando los acontecimientos dentro de ella y el cada vez más extrañado tono que asoma promediando el relato. Y es cierto que los hay (la dirige, además, una actriz y colaboradora de Martel, y la protagoniza otra), pero la opera prima de María Alche tiene suficientes elementos distintivos como para tornarse una obra particular, no fácilmente asimilable a ningún otro mundo o realizadora.
Es el retrato de una mujer en un estado de enorme confusión emocional. A Marcela (Mercedes Morán, a la que se verá aquí en cuatro películas, siendo esta sin dudas la más desafiante en cuánto a composición y tiempo en pantalla) se le ha muerto una hermana antes del inicio del relato y la película la encuentra arreglando, acomodando y vaciando la casa en la que ella vivía. De ese espacio desolado pasamos a otro, en apariencia muy distinto: la caótica casa de Marcela, con sus tres hijos (Laila Maltz, Ia Arteta y Federico Sack: dos chicas más grandes y un varón más chico, adolescentes todos) y su marido (Marcelo Subiotto), quienes lidian con sus cuestiones cotidianas: peleas con novios, problemas con estudios, amigos que vienen a casa, separaciones, fiestas, autos, bicicletas y conflictos entre ellos. Pero Marcela, por más que trata de ocuparse de todo, sigue ausente, dolida, con la cabeza en otro lado.
Uno de esos conflictos cotidianos la pone en contacto con Nacho (Esteban Bigliardi), un amigo de su hija mayor, que está también en una situación extraña: había dejado todo (casa, trabajo) para irse a vivir al exterior con una oferta laboral pero a último momento decidieron cancelársela. Con su marido de viaje por trabajo, Marcela y Nacho terminan estableciendo una curiosa relación de solidaridad y empatía a partir de esa sensación de encontrarse ambos perdidos y descolocados en mundos que cambiaron de un día a otro. Y, más allá de la diferencia de edad, no es muy claro cuándo el límite de la complicidad dará paso a otra cosa.
Pero esta descripción, si se quiere, de la premisa dramática de FAMILIA SUMERGIDA no alcanza a describir la sensación que produce la película, esa inquietud y confusión que abruma a Marcela, el ahogo y el encierro en un departamento porteño y la liberación que se produce cuando terminan emprendiendo ambos un viaje. En el medio, además, Marcela tiene que seguir lidiando con otros asuntos familiares del pasado que involucran a sus fallecidos padres y un medio hermano (Diego Velázquez), asuntos que empiezan a alterar su noción de la realidad hasta al punto que empieza a vivenciar situaciones del pasado a la manera de extraños sueños lúcidos.
Esa porosa extrañeza se deja ver en cada minuto en FAMILIA SUMERGIDA. Como su título bien lo sugiere, da por momentos la sensación de que Marcela y buena parte de la película existieran bajo el agua, como intentando sacar la cabeza fuera de ella para respirar pero sin casi poderlo hacer. Mientras más avance el relato, más extravagante se volverán algunas situaciones (una, en la que se luce Claudia Cantero, es casi de carácter lynchiano), lo mismo que la propia apuesta formal de la película, que va enredando al espectador a través del sonido y la fotografía hasta meterlo de lleno en ese mundo un tanto irreal en el que hasta los propios miembros de la familia empiezan a parecer extrañas e irreconocibles criaturas. Sin dudas, alguien que suma para conseguir ese tono es la directora de fotografía francesa Hélène Louvart, que trabajó con Claire Denis, Mia Hansen-Løve y Alice Rohrwacher, entre otros.
Pero Alché nunca pierde de vista la verdad emocional de los personajes. Y gracias a la actuación de Morán, construyen a una protagonista tan reconocible como inasible, esa clase de persona que se siente perdida dentro de su propia realidad, sin tener muy en claro qué de lo que le pasa es cierto y qué no. Mezcla de fragilidad y confusión, de determinaciones poco claras y convicciones medicadas, Marcela parece hacer por lo posible por salir a la superficie. Pero el mundo, el aire, a diferencia del agua, permite menos oportunidades para esconderse y sufrir. Y para sacar la cabeza afuera primero hay que dejar de lado eso que hunde.
(La película se presenta en la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián. Se estrena en Argentina el 11 de octubre)