Hay momentos de quiebre en que la vida parece quedar entre paréntesis. O tal vez sea al revés, y lo que quede entre paréntesis sean las distracciones, mientras desde las profundidades emerge lo que veníamos esquivando, barriendo debajo del trajín cotidiano. Marcela está en uno de esos momentos: acaba de morir su hermana, y el duelo enrarece sus días de ama de casa, esposa y madre de tres adolescentes/veinteañeros.
“Esta no sé quién es. Igual ahora no hay a quién preguntarle: están todos muertos”. En el simbólico proceso de desarmar la casa de Rina, Marcela encuentra unas viejas fotos y empieza tanto a vislumbrar su propia finitud como a sentir la soledad del superviviente. Su refugio es su propio hogar, ese lugar donde parece casi imposible estar a solas, animado por movimientos permanentes, gente que circula y una banda de sonido de timbrazos: el teléfono, la puerta del departamento, el portero eléctrico.
Algunos talleres literarios aconsejan escribir de lo que se sabe. En su opera prima, María Alché pintó con gran pericia su aldea: un hogar porteño de clase media. Su experiencia como actriz y directora de actores luce en la construcción de esa familia, en la credibilidad de esas criaturas que coexisten pegoteadas en su hábitat de cuatro ambientes.
Además de haber protagonizado La niña santa, Alché ha colaborado seguido con Lucrecia Martel, y es inevitable asociar esa dinámica familiar a La ciénaga. O a la Marcela de Mercedes Morán, que siempre anda un poco distraída, con el personaje de María Onetto en La mujer sin cabeza. También hay algo marteliano en la habilidad para enrarecer y darle a la película una espesura dramática y visual (gran trabajo de la francesa Hélène Louvart en la fotografía).
El costumbrismo termina de estallar con la irrupción de una serie de escenas oníricas, fantasías que tiñen lo cotidiano y abren nuevas puertas de percepción. Con su dolor a cuestas, Marcela trata de mantener el funcionamiento normal de la casa, pero su realidad ya no tiene los mismos parámetros. Alguien movió el prisma y ahora es inevitable observar la existencia desde otra perspectiva.