El duelo solitario
La hermana de Marcela acaba de morir. Sin nadie más cercano en la familia, debe hacer su duelo al mismo tiempo que desarma en soledad esa casa ahora deshabitada.
Ni sus hijos ni su marido entienden en profundidad lo que está viviendo, y aunque le manifiestan su apoyo continúan sus vidas como siempre, esperando que siga cumpliendo con su rol de madre, esposa y ama de casa. Solo encuentra algo de consuelo en la compañía de un joven amigo de su hija, quedando flotando en un limbo de puro presente, sin idea de cómo será su futuro cuando se frustran los planes de irse a vivir al extranjero por los que desarmó su vida local.
Haciendo malabares entre las exigencias de ser madre de tres adolescentes -que por definición no ven mucho más allá que su ombligo- y la carga emocional de despedirse de su hermana sin nadie que comparta sus sentimientos, Marcela es atacada por los fantasmas del recuerdo, empeñados en revivir historias familiares cargadas de secretos a voces de los que nadie quería hablar abiertamente. Bombardeada y desestabilizada deberá esforzarse para recuperar el balance, no sin antes cuestionar algunas decisiones y comportamientos de su propia vida.
Ven sin ver
Sin preámbulos, Familia Sumergida arranca con todo establecido y lo explica en una escena. De ahí en adelante no abandona a su protagonista ni un momento, con su dolor en primer plano hasta cuando ella lo esconde para no resultar incómoda a su entorno. Y cuando finalmente la angustia la desborda y pierde la compostura, hace todo lo posible por ignorarlo y seguir como si nada, ante la completa impotencia de su hijo menor.
Tiene un ritmo algo cansino, agobiante como enero un rato antes de la tormenta, para contar una historia sin mucha complejidad ni vueltas: son solo un par de días en la vida de alguien. Quizás sus días más difíciles, en los que toda su vida se pone patas para arriba pero la realidad no la deja tomar un respiro para acomodarse y continuar. No hay grandes conflictos, sino simplemente la rutina diaria y los recuerdos del pasado con sus fantasmas volviendo a contarle historias semi olvidadas de una familia que hace mucho que ya no está.
El debut de Alché es de esas películas que parecen más pequeñas de lo que realmente son, donde suceden cosas hasta cuando a simple vista nada se está moviendo. Construye un clima de intimidad focalizado en su protagonista que nos convence de estar viendo todo a través de sus ojos, para lo que es fundamental el trabajo de Mercedes Morán en un rol donde hubiera sido fácil perder el equilibrio y sobreactuar su autocontrol, mostrando indiferencia en vez de angustia contenida. Sin embargo su Marcela claramente nos muestra el esfuerzo por ocultar lo que realmente le pasa detrás de su máscara, algo que el resto de los personajes están demasiado ocupados como para ver.