ANOCHE SOÑÉ CONTIGO Y ESTABA BIEN DESPIERTA
En su debut como directora de un largometraje, María Alché presenta una propuesta que apela a los sentidos para poder explorar la ausencia. Familia sumergida relata la vida después de una pérdida cercana. Aquí el duelo no aparece tanto en palabras pero sí pasa por el cuerpo.
Marcela (Mercedes Morán) debe continuar la vida luego de la muerte de su hermana Rina. El film se sumerge junto con ella a ese tránsito en el que el dolor parece haberla inundado. El título Familia sumergida resulta muy acertado para poder darle nombre a un periodo de vida bastante confuso. Como quien ve debajo del agua, todo se observa parecido pero perturbado. Es así como toma relevancia en el film el modo en el que se decide contar estos momentos. Lejos de centrarse en la nostalgia la perturbación de Marcela genera dinámica.
La pérdida y el estado anímico de la protagonista es trabajado desde lo onírico. El film en su integridad genera una confusión tal que no nos permite saber si somos parte de un sueño o si realmente lo está viviendo la protagonista. Los ambientes, las actuaciones y la estética nos transportan a situaciones variadas en las que parece haber alguna distorsión. En cuanto a la estética, podemos hacer foco en la casa de la familia. Las confusiones de Marcela bien podrían estar reflejadas ahí. El aire falta en este lugar que comparten los cinco integrantes, muchas veces vistos todos juntos en un mismo espacio. Está lleno de ruidos en paralelo como el de la televisión, el lavarropas, y las conversaciones entre ellos. La luz entra poco, aunque cálido por momentos, generalmente el ambiente aparece bastante oscuro. La cantidad significativa de platas dan la sensación de invasión y de estar acorralado. Junto con esta impresión de asfixia, podemos resaltar la gran cantidad de objetos y cosas presentes en la casa.
Las relaciones entre los integrantes de la familia son cariñosas, pero aún así el diálogo no abunda. No hay charlas directas en las que manifiesten el dolor por la muerte. Las angustias se disfrazan y aparecen con otras formas. Es así como se establecen peleas entre hermanos que de fondo mantienen ese estado de malestar. El juego es otro de los recursos que se utiliza como forma de acercamiento entre ellos. Este aspecto permite que los actores se luzcan. Es el caso de Federico Sack al que se lo ve en varios momentos generar cantos bizarros y bailes para que la madre sonría, sin embargo la naturalidad que obtiene no parecen tener un fin en sí mismo más que el disfrute del momento. Estas escenas le sientan muy bien. Si hablamos de Laila Maltz, quizás el análisis es distinto, en sí es una actriz que genera ambientes extraños, incómodos y cómicos a la vez, lo que también puede observarse en otras puestas como en Música para casarse o en la serie Tiempo libre. Aunque sus personajes son distintos, Laila siempre sabe cómo generar humor, aún en situaciones de dolor.
Quizás uno de los elementos más importante del film es la sensación de confusión, tanto de la protagonista como de los espectadores. La muerte de Rina desata en Marcela planteos que quizás antes no se había permitido. Desde la utilización del primer plano, en los que podemos verla con miradas perdidas, hasta conversaciones y acciones en las que no tiene filtro aparece esa idea de caos mental mezclado con una genuina manifestación de sus sentimientos. Por otro lado, hay escenas en las que se puede ver de forma más nítida un sentido onírico. Cuando la protagonista parece estar más perdida, aparecen situaciones en las que se mezclan recuerdos con situaciones presentes. Vemos así la yuxtaposición de conversaciones, personajes singulares y situaciones extrañas como el juego de envolverse en una cortina. Dentro de ese dispositivo, Morán logra explotar su figura caracterizando la crisis desde ese cuerpo que deambula en lo que ha quedado luego de la muerte. En Familia sumergida, compone una actuación mucho más desafiante y supera con creces sus performances en El Ángel y El amor menos pensado.