El río y el camino
Marcela no es Rina, pero tampoco es Marcela tras la noticia. ¿Entonces quién es Marcela? Ella es hermana de Rina y de otro hermano con el que se lleva mal; es madre de tres hijos adolescentes, demandantes, y es esposa de un marido ausente (Marcelo Subiotto). Sin embargo, aquello que constituye el esqueleto invisible por el que Marcela sigue en pie se encuentra en el umbral de su rico mundo de subjetividades y en un tiempo sin tiempo, atravesado por el río de los recuerdos distorsionados de su familia, por las voces yuxtapuestas de tías, o gente que ya no vive, pero que está presente en Marcela en medio del duelo por la reciente y repentina partida de Rina.
Un departamento vacío repleto de plantas y naturaleza muerta, el reflejo del sol detrás de cortinas y entonces los velos que pueden ser los de la memoria para reencontrarse con la ausencia en los objetos que pertenecían a su hermana, o desdoblarse con el lúdico universo de disfrazarse como ella, con peluca y unos anteojos negros y grandes. Ser otro al menos en el tiempo que la mirada ajena acompañe, tal vez recuperar el juego de la infancia de transformarse con maquillajes como las actrices de cine y ganar glamour en la oprobiosa y gris realidad. Llenarla de colores, así nomás, y de música o pensarla con melodías disonantes que brillan ante la opacidad de los propios colores que se escuchan si la emoción o el llanto los dejan.
La opera prima de la actriz María Alché, Familia Sumergida, transita con absoluta libertad por la subjetividad de Marcela (Otra brillante actuación de Mercedes Morán) y lo hace desde una puesta en escena rigurosa, pero también en la puesta de cámara para encontrar la distancia necesaria en ese universo interior al que lo surcan los recuerdos y las presencias en las voces, en los relatos y los cuerpos, desde el proceso interno del duelo por una pérdida de un ser querido.
Por momentos, grandes metamorfosis ocupan el espacio cinematográfico, siempre amoldado a los límites de la actuación, donde Mercedes Morán se desliga de inmediato de todos aquellos personajes a los que nos tiene acostumbrados, incluso los que pertenecen a la galaxia de la salteña Lucrecia Martel.
La María Alché directora por fortuna también se desliga de la impronta de la directora de La ciénaga pero no rehuye en una pose o impostura de las enormes influencias de ese tipo de cine, que siempre busca un plus en cada personaje y piensa meticulosamente un mecanismo aceitado donde todo importa, todo tiene un sentido no ontológico sino poético, y si es poético es artístico y metafísico.
La presencia de un extraño en la vida de Marcela abre las puertas al escape del pasado pero además reinventa el presente y en ese aspecto el aporte de Esteban Bigliardi es sumamente acertado. Es la posibilidad para conocer los deseos de Marcela, lejos de los roles domésticos, que a veces atrapan al cuerpo y al alma.
Familia Sumergida es una opera prima redonda, ambiciosa y una interesante carta de presentación de María Alché alejada de aquella niña santa, de los cortometrajes y con muchas ganas de contar sus propias historias.