Está lleno de documentales familares (y sobre todo de cineastas rastreando el pasado de sus antepasados) y está lleno de registros sobre las huellas que dejó -a ambos márgenes del Atlántico la inmigración europea y las secuelas, las heridas aún abiertas de la Guerra Civil Española. Pues bien, este trabajo autobiográfico de Cecilia Priego aborda todos esos tópicos y, sin embargo, a fuerza de rigor y sensibilidad -dos características que no suelen ir de la mano- consigue un retrato valioso, abarcador e íntimo al mismo tiempo.
La directora reconstruye la historia -marcada por la tragedia- de sus abuelos y de su padre. Es una historia de muertes, exilios, abandonos, niños huérfanos e intentos no muy sanos por tapar, por clausurar, por olvidar. La realizadora -nieta, hija, hermana y también madre- va por el camino contrario al de ese sino familiar: busca (en una tarea casi detectivesca que por momentos remite a Yo no sé qué me han hecho sus ojos, de Sergio Wolf y Lorena Muñoz), prueba, intenta, no siempre con suerte, pero sí con tesón y ahinco.
Con un interesante uso de viejas home-movies, materiales de archivo y muchas fotos provistas por sus seres queridos, apelando a textos que aparecen como subtítulos y ofreciendo imágenes de los (re)encuentros con sus parientes, Priego concibe un film áspero e incómodo por momentos, pero que nunca deja de ser honesto y conmovedor. Con las mejores intenciones y con sólidos recursos.