Un ejercicio en libertad
La película consigue diluir fronteras estilísticas y de formatos, proponiendo una serie de cruces que concretan una mirada bien diferente a lo habitual.
“La muerte me llamó un 18 de marzo de 1971. Me sacaron de casa envuelta en una sábana con los pies desnudos, y me velaron en Malabia 150. Se dijo entonces: 'Fanny Navarro era adolescente cuando empezó a recibir aplausos. Fanny Navarro tenía 34 años cuando perdió la gloria. Fanny Navarro tenía apenas 51 años cuando se dejó morir'”. La voz en off de Alejandra Radano realiza ese somero punteo biográfico sobre aquella actriz olvidada, castigada con la persecución de la Revolución Libertadora por su lealtad peronista, maldecida por su entrega total a los mandatos y deseos de Eva Perón, su íntima amiga y, además, ocasional cuñada gracias a su relación amorosa con Juan Duarte.
Podría pensarse, entonces, que Fanny camina es una biopic al uso, de esas que recorren los principales hitos –positivos y negativos– de la vida de la homenajeada de tu turno. Pero nada más lejos: la primera película nacional del polifacético artista radicado en Francia Alfredo Arias –en codirección con el realizador Ignacio Masllorens– retrata a Navarro mediante un dispositivo dueño de una libertad absoluta, acorde a la imaginación de alguien que lleva largas décadas dedicado al teatro, la música y la danza.
Estrenada en el marco de la Competencia Internacional del último Bafici, Fanny camina es una de esas películas cuya tonalidad es similar a la de su protagonista: si la vida de Navarro fue un melodrama trágico, la segunda colaboración de Arias –quien, como Navarro, pagó caro su adscripción a la cosmovisión peronista– con Masllorens luego del mediometraje Hello, Andy? (también con Radano en la piel de una actriz, en este caso Joan Crawford) se apropia de los códigos de ese género para construir una muestra cabal de la parábola ascenso-descenso-olvido de una actriz emblemática de su época. Una parábola difuminada, esquiva, inclasificable, pues se trata de una película regida por cruces de todo tipo.
Cruce de disciplinas, pues conviven un registro actoral propio del teatro, con su artificio deliberado a la vista, con una puesta en escena deudora del cine. Cruce de formatos, con la frialdad de las imágenes digitales intercaladas con otras granuladas propias del fílmico de 16mm. Cruce de registros, dada la convivencia entre archivos audiovisuales de noticieros y escenas de ficción. Y cruce de temporalidades, con una Avenida Corrientes actual como testigo de los paseos en blanco y negro de una variopinta galería de personajes extrapolados del pasado. Es por eso que Fanny camina permite ser leída como una elegía a esa zona céntrica porteña que, más allá de su imperecedera aura noctámbula y bohemia, ha ido mutando hacia una impronta cosmopolita de postal turística for export.
Fanny (Radano) camina de un lado a otro y se cruza con aquellos hombres y mujeres que signaron los destinos de su vida. Con su madre (Marta Lubos) y con la Primera Dama, quien la puso a cargo del Ateneo Cultural Eva Perón como una forma de reivindicar sus orígenes artísticos. También con el hermano de ella, el muy picaflor Juan Duarte; con el subsecretario de Prensa y Difusión Raúl Alejandro Apold y hasta con Juan Domingo Perón, el mismo que tras la muerte de su esposa le bajó el pulgar a la actriz, dándole el primer empujón hacia el olvido, la marginalidad y la persecución que no harían más incrementarle después del Golpe de Estado de 1955.
Masllorens y Arias –que, como Navarro, pagó caro su filiación partidaria– construyen, en pequeña escala y con una amplia paleta de recursos visuales y narrativos, una metáfora sobre choque de fanatismos que bloquea cualquier atisbo de evolución ideológica. Porque, a fin de cuentas, la antinomia peronismo-antiperonismo, lejos de recular, se mantiene con un eje vertebral de la construcción política de la Argentina contemporánea.