El tanguero que vino desde el más allá
El mayor mérito de Fantasma de Buenos Aires aparece en la escena central de la película, cuando se conocen los protagonistas: Tomás, un chico que por jugar al juego de la copa libera el espíritu de un hombre de principios de siglo, y éste: el tanguero Canaveri. Ese encuentro funciona porque allí el director parece darse cuenta de que lo mejor, a la hora de reunir a un muerto de otro tiempo y a un vivo de éste, es una conversación clara, fluida y sincera. “Realista”. Allí el chico le dice que, a cambio de respuestas esclarecedoras sobre qué hay después de la muerte (más tarde sabremos que su madre murió y él no la recuerda), lo dejará meterse en su cuerpo para que el muerto pueda resolver un asunto que tiene pendiente. Sospechamos que es vengarse del tipo que lo traicionó y mató. Pero esa escena llega demasiado entrado el relato. Porque a partir de allí empieza la película: especie de buddy movie donde se cruzan dos miradas opuestas sobre la ciudad y, claro, la vida. Como resulta lógico, uno aprenderá del otro.
Los peores momentos de Fantasma de Buenos Aires son los que no logran dar con el registro pretendido (la comedia). La mayoría de los chistes corren previsiblemente por la desubicación temporal del tanguero. También falla la mezcla de géneros: terror primero, comedia después para terminar en un inesperado golpe bajo dramático.