Malevaje extrañado en el siglo XXI
Sólo en términos técnicos podría decirse que Fantasma de Buenos Aires, sexta producción de la Universidad del Cine, está a la altura del lugar central que esa casa de estudios viene ocupando, desde hace un par de décadas, en relación con el cine argentino contemporáneo. Bastaría nombrar a unos pocos graduados de la FUC –Pablo Trapero, la dupla Matías Piñeyro/ Alejo Moguillanski, Damián Szifron, Celina Murga, Ana Katz y Mariano Llinás– para aquilatar la sostenida calidad y variedad del aporte que la universidad que dirige Manuel Antín ha hecho al cine argentino desde el momento de su fundación. Por algún extraño motivo, sin embargo, algunas de las producciones propias de la FUC parecerían provenir de un planeta distinto. Un planeta menos inteligente, menos estimulante, más banal. Es el caso de Fantasma de Buenos Aires, ópera prima de Guillermo Grillo, a quien, con 39 años, podría considerarse un graduado veterano.
La idea de Fantasma de Buenos Aires está entre el spot publicitario, el viejo programa de televisión Yo soy porteño y alguna de esas parodias o banalizaciones del terror contemporáneo, al estilo Scary Movie. Tres chicos aburridos se ponen a jugar al jueguito de la copa en casa de uno de ellos, advirtiendo que si la copa se rompe, el espíritu invocado se quedará para siempre en la casa. La copa se rompe –obvio– y el fantasma que se les aparece (mediante la tabla ouija primero, en cuerpo y alma más tarde) es el de un guapo, muerto en duelo a cuchillo a comienzos del siglo XX. El compadrito “tomará el cuerpo” de uno de los chicos, que de allí en más adopta posturas, actitudes, mentalidad y voz del otro, a la manera de lo que sucedía con Steve Martin en Hay una chica en mi cuerpo o Ellen Barkin en Una rubia caída del cielo.
La escrita y dirigida por Guillermo Grillo es una comedia livianísima, con cierta pretensión de comentario de actualidad, que surge de hacer chocar al orillero con la, se supone, modernísima Buenos Aires siglo XXI. El desfase permite confrontar lo contemporáneo-light con el culto reo por la guapeza, las biabas y las muñecas bravas, y hasta deshacerle algunos entuertos amorosos al joven protagonista. Actuada con soltura y con rubros técnicos bien cubiertos (un clásico de la FUC), Fantasma de Buenos Aires queda como una suerte de broma menor, sólo esporádicamente graciosa, más propia de un ejercicio curricular de fin de año que de un largometraje de exhibición pública.