Apocalipsis ahora
La ópera prima del reconocido montagista Nicolás Goldbart genera un microclima de suspenso y comicidad que va a tono con su premisa argumental: una pandemia que afecta al mundo, percibida a través de la vivencia de los vecinos de un edificio porteño. Yayo y Federico Luppi: sobresalientes.
Coco (Daniel Hendler) y Pipi (Jazmín Stuart) son un joven matrimonio que espera a su primer hijo. Como lo explicita la secuencia inicial en un hipermercado, están bastante abstraídos de una
psicosis colectiva tras la irrupción de una pandemia. Mal que les pese, tendrán que
arreglárselas con la imposición de una cuarentena
en el edificio en el que viven. Frente a este clima
opresivo, las transformaciones no tardarán en
aparecer. Sobre todo en él: su moral mutará a
medida que la desesperación de sus vecinos se
haga cada vez más evidente. Cualquier parecido
con la gripe A no es pura coincidencia.
A tono con manifestaciones culturales como la
serie Lost y el film The host (Bong Joon-ho,
2006), Fase 7 (2010) ofrece una mirada
perturbadora sobre la búsqueda de la
supervivencia y el repudio a la mirada del otro,
convirtiéndose en una alegoría de la vida
comunitaria en los tiempos que vivimos. Pero
además de eso, y por sobre todo, es una divertida
comedia con toques del cine de Joe Dante, John
Carpenter, y Roger Corman.
La producción del film es reducida pero
consistente, con pocos recursos Goldbart ha
conseguido generar una sensación de
desesperanza sin ir en detrimento del
humor. Mientras que la pareja protagónica está
cimentada por un toque absurdo (que Hendler,
rostro visible del denominado “Nuevo Cine
Argentino”, ya exploró), Yayo expresa todo su
“histrionismo criollo” con eficacia y Federico
Luppi compone con una negrura implacable a un
vecino al que hay que temer. En Fase 7
conviven el humor y el suspenso a la manera de
La comunidad (Alex de la Iglesia, 2000): en un
espacio cerrado y con un héroe que ve cómo el
caos puede destruir su mundo privado. Es un
ejercicio de género bien resuelto, tanto en la
convivencia de diversos registros actorales hasta
en la cuidada dirección de arte se mantiene una
coherencia estética.
Otro aporte fundamental es la música de
Guillermo Guareschi, que retoma mucho de la
altisonancia de las partituras del cine de ciencia
ficción americano. Sin ser un gesto paródico,
produce una sensación de extrañamiento
instaurado por la mixtura del orden de lo
vernáculo con formas narrativas que el cine de
Hollywood explora casi desde su existencia. La
universalidad de Fase 7 está, como dijimos, en
sintonía con su “desesperanza globalizada”, la
mirada sobre una otredad (un virus, los propios
vecinos) que pone en jaque todo orden
establecido. Una muy buena carta de
presentación de su director, al que de ahora en
más habrá que prestarle atención.